PARENTALIDAD Y TRASTORNOS ALIMENTARIOS
(Entrevista
con el Dr Francisco Traver, Presidente de la Sociedad de Psiquiatria de la
Comunidad Valenciana y Director de Area de Salud Mental, Hospital Provincial de
Castellón)
¿Qué ha cambiado entre las madres y los padres en los últimos 30 años?.
Si comparamos, de memoria los perfiles
característicos de las madres de anoréxicas de los años setenta con los de
final de siglo, percibiremos un cambio significativo
en el mismo. Las madres de entonces (madres de
anoréxicas), madres en los años 70, eran casi todas amas de casa,
estaban sobreimplicadas con sus hijas y eran invasivas y malhumoradas, mantenían un forcejeo constante
con las adolescentes y centraban casi todo su dialogo alrededor de la comida y
de su déficit, sintiéndose, quizá, culpables de la enfermedad de sus hijas y
tendiendo a la autopunición y al exceso de control de
su conducta. No hay que olvidar que aquellas madres procedían de familias que
habían pasado alguna de sus etapas vitales en la guerra o postguerra,
acumulando carencias relacionadas con la comida y los rendimientos escolares,
no es de extrañar, pues, que su solicitud más intensa girara alrededor de la
nutrición, en un intento de evitarles a sus hijas las carencias que ellas
mismas habian sufrido.
Las
madres actuales, casi todas trabajan fuera de casa y tienden a sentirse menos
culpables por la enfermedad de sus hijas, dependiendo, claro está, del tipo de
mensajes que reciban de los médicos responsables del caso, en algunas ocasiones
hemos observado incluso un cierto matiz de heroicidad en la crianza, aunque
también siguen siendo detectables los casos de negligencia o abandono, sobre
todo entre las inmigrantes o en las clases bajas. Este rasgo de incorporación
de la mujer al mundo del trabajo, está también presente en la población general
y no es, pues, significativo en sí mismo pero puede arrojar algo de luz sobre
un fenómeno psicosocial como es la emergencia de la mujer que "trabaja
fuera de casa" y acaso nos sirva como paradigma del maternaje
actual: un maternaje desapegado y basado en una
abstracción social como es la autorealización, que
despierta entre las niñas un cierto matiz de precocidad que puede estar
dinamitando inconscientemente las necesidades de dependencia y que estalla en
la adolescencia en forma de conflictos de emancipación.
¿Existe un
nuevo estilo de parentalidad?
Creo que existe una crisis bastante
palpable en los modelos de parentalidad que aun no
hemos sido capaces de transformar, desde aquellos basados en el autoritarismo parental, por otros presididos por la democrática
participación de la mujer en un plano de igualdad. De esa crisis procede el
hecho de que los padres hayan desaparecido como modelos de admiración y
referencia moral y hayan sido sustituidos por los iguales, por los compañeros,
amigos o los lideres televisivos o aquellos que los mass media nos presentan para consumo de los adolescentes. Si a ello
añadimos la perdida de prestigio general que han sufrido los ancianos en los
últimos años, concluiremos que nuestros jóvenes carecen del sentido histórico
que su estirpe pudiera aportarles como legado cultural.
Este
déficit ha venido a ser suplantado por una expectativa fraudulenta que los
medios de comunicación han venido a ocupar y a cuyo frente y como representante
a mi juicio más importante aún que el propio culto a la belleza o a los
rendimientos, es la precocidad en casi todas las cosas: la más peligrosa de las
cuales son las experiencias sexuales precoces, alentadas por los propios
adolescentes (y el entorno cinematográfico y televisivo) y excluyendo a
aquellos que no siguen los dictados de sus compañeros y operando como un
estigma para la socialización.
Mi
opinión es que las relaciones sexuales (o las expectativas de que sucedan) son
demasiado precoces y extemporáneas. Cuando, aun, la adolescente no ha resuelto
adecuadamente sus conflictos simbióticos, ya debe estar lidiando con los
escarceos sexuales y poniendo limites a sus merodeadores. Las más de las veces
esta cuestión se salda con nuevas decepciones románticas que añadir a las
previas de autonomia/emancipación y las más de las
veces a una actitud fóbica ante el sexo y los hombres que se salda con una
regresión a la formula hormonal prepuberal, es decir
hacia a una regresión hacia la esterilidad.
Otras
veces -como sucede especialmente en la bulimia- en una actitud hiperfemenina de complacencia ante los hombres, acoplándose
perfectamente al fantasma masculino de mujer sumisa o dependiente no exenta de
estallidos de cólera por bagatelas, modelo que se adapta perfectamente a los
que los hombres piensan de las mujeres.
¿Qué
demandas insatisfechas laten en los conflictos entre los esposos?
Es
imposible hablar de parentalidad, sin hablar de las
expectativas que entre sí, sostienen los esposos. En una reciente encuesta
nacional a nivel de población general en Italia el grupo de Roma (Selvinni Palazzoli), pone en
evidencia que las mujeres tienen una queja universal con respecto a sus
esposos: no consiguen la suficiente comunicación y complicidad con ellos. Los
hombres por el contrario siguen echando de menos una mayor intimidad, más
centrada en lo sexual. La contradicción entre ambos discursos tiene un segmento
de encuentro; al parecer hombres y mujeres se quejan, en ambos casos, de falta
de intimidad: que para ellas está más relacionado con lo emotivo y para ellos
más en el plano físico, aunque como ya sabemos los psiquiatras esta queja puede
estar ocultando una incapacidad personal de entrega afectiva, una incapacidad
que este siglo vamos a ver emerger desde la hegemonía de los discursos
postmodernos.
La
diferencia entre ambos estilos podría definirse entonces como las maniobras
defensivas que cada sexo elige para salvaguardar sus partes intimas del
contacto con su pareja: el hombre la huida y la infraimplicación
y la mujer la queja o la subordinación, como estilos relacionales. Formas
defensivas ambas, que por aprendizaje vicariante, operan como mecanismos al
servicio de salvaguardar la integridad psíquica individual, pero que también
como modelo nocivo parece ser que desfavorece a las féminas, en las que aún el
modelo materno opera como un revulsivo frente al cual se sitúa gran parte de su
clínica alimentaria. Una clínica que -conviene no olvidarlo- es una negación (o
rechazo) de su propia femineidad y más profundamente del maternaje
¿Existe una fratria modelo en la presentación
de los trastornos de alimentación?
No lo sabemos, pero la impresión
generalizada es que no existe una familia tipo para la anorexia o la bulimia.
Por primera vez en la historia de la enfermedad estamos viendo hijas de
pacientes divorciadas, que conviven -quizá- con hijos de otras parejas
sucesivas de la madre. Estamos viendo también desordenes alimentarios en
hogares monoparentales y también en pacientes casadas y con hijos. Todo esto supone
una nueva patogenesia en la enfermedad que ha venido
a romper el monopolio de presentación del trastorno alimentario que solía
acaecer en hogares formalmente estables, pero donde se describieron hasta la
saciedad las más truculentas historias de secretos familiares, dinámicas
infernales en las relaciones personales y perversidades diversas en la crianza.
Hoy tenemos la evidencia de que es
posible describir cualquier cosa en las familias de las anoréxicas y también en
su personalidad intrapsíquica, todo lo cual nos
induce a pensar que no se trata de una entidad mórbida estable, sino de un
lugar común de encuentro para distintos malestares que "utilizan" el
diagnostico previo establecido para poderse "mostrar". Es posible que
los trastornos alimentarios sean enfermedades étnicas -en el sentido que Demaret daba a esta denominación-. Algo así debió suceder
con la histeria en el siglo XIX.
No quiero decir que la anorexia sea una
forma de histeria, tal y como pensaban sus "descubridores" Gull y Lasègue, sino que las
contradicciones sociales y los diagnósticos médicos configuran tanto un caldo
de cultivo de desajuste y de sufrimiento, junto con una coartada científica
para su tratamiento como una enfermedad individual.
Para
mí es -precisamente- esta cualidad de epidemia (o pandemia) circunscrita al
sexo femenino de las sociedades opulentas la mejor demostración de que nos
encontramos ante una patología social, que abordamos médica y psiquiátricamente
tan solo porque eso es lo que la sociedad nos pide y porque es además, aquello
en lo que la población cree, pero me encuentro muy lejos de pensar en esta
enfermedad como una patología individual.
¿Cuáles son las causas sociales, pues, de esta enfermedad?
Desde
luego no vivimos en el mejor de los mundos que hayamos podido imaginar. Aunque
haya signos externos de opulencia y prosperidad, nuestro mundo no ha hecho una
evolución paralela de los valores morales y "la nueva conciencia",
aunque emergente, nos está de ningún modo generalizada.
Siguen
habiendo importantes núcleos de sufrimiento psíquico individual que no hemos
sido capaces de detectar precozmente y de atajar de forma eficaz tal y como
hacen los screeenings
de enfermedades somáticas. Existe un sufrimiento inefable, inanalizable por
indiferenciado que sigue estando en la base de las enfermedades de la
opulencia. Un sufrimiento sin nombre que se acompaña de un fuerte sentimiento
de incapacidad y de incompetencia para resolverlo individualmente. Un
sufrimiento culposo, punitivo que nos sigue acompañando a pesar de la
modernidad y de la secularización universal que las sociedades hemos alcanzado
y de los mitos y barreras de ignorancia que hemos derribado.
Todo
parece indicar que detrás de un avance hay un nuevo retroceso, un repliegue de
la conciencia, una nueva calamidad con la que no habíamos contado. No es de
extrañar que la abundancia de comida genere una patología centrada en la
desnutrición, como una forma de ascetismo que deja al individuo con una cierta
conciencia de "control sobre el propio cuerpo". Un cuerpo del que se
encuentra alienado, que es icono o fatalidad, pero con el que no ha logrado
identificarse de una forma efectiva.
Son
pues los modelos sociales los que producen este déficit, las contradicciones
entre los modelos de mujer, de éxito y de felicidad. Tenemos que inventar un
nuevo modelo para las personas comunes, para aquellas que no aspiran a la
belleza, ni al éxito y que se conforman con -eso si- ser felices con lo que
son, algo que nada tiene que ver con lo que tienen o carecen.
¿Ha cambiado la clínica en los TA?
Aunque la anorexia es una enfermedad
conocida desde prácticamente la Edad Media, la bulimia es una enfermedad
bastante nueva y -curiosamente- también hoy la más frecuente. Yo diría que la
disconformidad con el propio cuerpo es una manía generalizada en la población,
quizá por la fácil asimilación que hacemos de los modelos publicitarios,
nuestros únicos, ya, héroes y dioses.
La mayor parte de los casos de TA que
atendemos proceden de este caldo de cultivo que propician las dietas causadas
por la insatisfacción con la propia apariencia y de nuestro deseo de parecernos
a nuestros ideales modelos mediáticos. Imposibles por ideales, pero al mismo
tiempo, también, accesibles, democráticos, dado que a todos nos está permitido,
todo, por real decreto de la democracia. Discriminar, precisamente este engaño,
es, en la actualidad uno de los dilemas intelectuales más importantes con los
que se enfrentan nuestros adolescentes y el principal enigma de la hybris. Saber que aunque todos - por
definición- tenemos derecho potencial a cualquier cosa, no todo resulta
posible, sobre todo cuando existe una barrera imposible de franquear, sino a
través de muchos sufrimientos, como es la propia constitución física por no
hablar del género y sus fatalidades implícitas.
La modernidad hace un sembrado de
opciones y luego nos dice "elija usted la que prefiera", ignorando
que ese menú desplegable es sólo una falacia, que no existe opción y que el
abogado y el trabajador manual siguen y seguirán mucho tiempo distinguiéndose
por su complexión física.
¿Con quién es el conflicto nuclear de las pacientes afectas de TA?
El
conflicto nuclear en cualquier enfermedad psicosocial está relacionado con la
crianza y esta siempre tiene dos niveles: un nivel que está relacionado directamente
con la díada madre-hijo y el puro aspecto nutricional y de maternaje.
De "nursing" y de "teaching", que en los
mamíferos suelen ser dos funciones adheridas. Y otro nivel de socialización que
tiene que ver con la emergencia del Complejo de Edipo, es decir, con la
triangulación de las relaciones, con la ruptura de la simbiosis.
Es más que obvio que los TA son
enfermedades vinculadas con la función materna, que en cualquier caso es una
función que va más allá de la alimentación pura y dura. La función materna
tiene que ver con tres propiedades fundamentales: nutrición, predictibilidad-sincronía, y calidez. Cualquier cosa que
asegure estas tres propiedades es función materna, la ejerza quien la ejerza.
La mujer es el único sexo (género) que puede ser madre haciendo coincidir su
instinto más primitivo con la función social del mismo y aunque cualquier
hombre puede ejercer esta actividad sin ningún tipo de menoscabo en su
eficacia, deberán pasar muchos años para que el macho de la especie humana
abandone su posición de privilegio doméstico y haga suyas las necesidades de
cuidar y proteger, necesidades que hasta la mujer actual ha rechazado al verlas
como un handicap para su autorealización.
La contradicción entre autorealización y maternaje es a
mi juicio la clave del asunto, un modelo que infiltrará nuestros estilos
relacionales, aportando nuevos sufrimientos a nuestros opulentos jóvenes, que
contradictoriamente con eso presentan enormes lagunas educacionales y de
recursos de socialización, condenándolos como mínimo a una situación de
desamparo crónica que puede cristalizar en múltiples patologías, de las que los
trastornos alimentarios no son sino una posibilidad entre muchas.
¿Qué hacer, entonces?
Lo primero que se me ocurre ahora es
decirle que no lo sé, y que esa pregunta debería hacerse a los políticos, pero
no estoy muy seguro de eso. No creo que los políticos sean quienes modelan las
creencias de los ciudadanos, sino más bien sus interesados interpretes.
Los jóvenes no son sólo un grupo de edad, sino sobre todo un mercado, es ahí
donde se han de buscar las claves del desvarío social. Sin mercado no hay
mitos, ni héroes a los que imitar. Es el mercado el que habrá de regularse.
Pero si quiere que le diga la verdad
tengo muy poca fe en la capacidad de autoregulación
del mercado a no ser que pierda dinero, de modo que tendremos que estar
preparados para lo peor.
En Castellón, Noviemebre
del 2002
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