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miércoles, 17 de octubre de 2012

Máquinas sexuales


PROGRAMAS REPRODUCTIVOS Y ESTRATEGIAS SEXUALES NO REPRODUCTIVAS
La reproducción sexual representa un hito evolutivo desde el punto de vista de la supervivencia y diversificación de los genes individuales que evolucionó a partir de la isogamia y la progresiva especialización de algunas células (las más grandes) en nutritivos gametos femeninos mientras que las más pequeñas - las masculinas dotadas de flagelos- se especializaban en el movimiento. El éxito de la reproducción sexual está relacionado con la singular manera en que los genes del macho y la hembra se barajan para formar un nuevo ser, que aun siendo hijo de ambos progenitores no era idéntico ni al uno, ni al otro. La reproducción sexual supone una pérdida del 50% de los genes en cada progenitor y aun así esta forma de replicación se encuentra ampliamente implantada y consolidada en la naturaleza debido a que la recombinación asegura la óptima dispersión de genes débiles o mal adaptados y el predominio de genes fuertes - mejor adaptados- en la siguiente generación. Mas que eso, representa la forma de diversificación más potente de todos los rasgos genotípicos de ambos progenitores, una revolución que implicó tanto al reino animal como al vegetal, representando el éxito de las fanerógamas una simetría con la sexualidad de los animales.
En este articulo voy a hablar de la sexualidad desde el punto de vista de la maquina intencional que da cobertura no sólo a sus propios genes heredados en partes iguales de sus padres, sino a sus propios planes individuales con respecto a la procreación, el apareamiento y también de sus fracasos, decepciones y averías. Intentaré además relacionarlo con la psicopatología y la conducta humanas.
Los genes carecen de planes, se limitan a desplazar a sus alelos rivales y a disponerse después de la meiosis para ocupar el mejor puesto de salida en la fusión sexual de ambos gametos. La reproducción sexual se realiza al azar, en el sentido de que un gameto masculino cualquiera y distinto a los demás alcanzará al óvulo depositado en las trompas de Falopio, aunque ese espermatozoide y ese óvulo ya hayan "decidido" en la meiosis el "barajado" idiosincrásico que les diferenciará de otros espermatozoides y de otros óvulos. Todo espermatozoide y todo óvulo son diferentes de los demás: se trata de una combinación única y de su fusión resultará un ser que además será completamente distinto, irrepetible a cualquier otro ser que pudieran concebir esos mismos progenitores. Las combinaciones son pues infinitas.
Estos genes, después de la fecundación dirigen el proceso de formación del embrión, dedicados en exclusiva a una tarea arquitectónica y de crecimiento celular formidable que no se detendrá hasta la adolescencia: el momento en que se deja de crecer de una forma programada. Es entonces cuando la maquina sexual comienza a dar señales de vida y lo hace a partir del comienzo de un programa metabólico que pone en marcha con la secreción de hormonas sexuales, mensajeros químicos que informan a todo el organismo que ha llegado el momento de aparearse preparando al testículo para la formación de espermatozoides, al ovario para la producción de óvulos y a las glándulas suprarrenales para que viertan una segunda vía de síntesis de hormonas sexuales que afecta en realidad a todo el organismo desde el eje hipofisario-tiroideo-gonadal..
         En realidad las hormonas no son sino una señal de que el juego puede empezar, pero ¿de qué juego se trata?
         Se trata de un programa innato, de un programa genético que induce al apareamiento y al cuidado de las crías. Un programa asimétrico que se encuentra asentado en las especies superiores de una forma desigual entre machos y hembras, siguiendo la misma lógica de especialización que dividió a los gametos en femeninos, aquellos grandes, escasos, inmóviles, nutritivos y altruistas, de los masculinos, pequeños, abundantes, móviles, egoístas y no nutritivos que requieren para esta movilidad de un medio abundante en azucares de donde obtener la energía para su movilidad.
Un programa desigual que induce distintas conductas según el individuo portador, haciendo de los machos seres errantes y promiscuos, dedicados periódicamente - según el celo de las hembras- a una continua búsqueda de coitos y apareamientos, cuanto más numerosos mejor y de las hembras una conducta adaptada sobre todo al maternaje, vinculado en ellas de una manera inexorable con el propio apareamiento.
Una relación desigual que incidirá notablemente en las conductas gregarias de las hembras y de las relaciones de los machos entre sí.. Machos y hembras pueden optar y de hecho optan en muchas especies por la promiscuidad, como en otras optan por harenes y en otras por la monogamia, sólo que la "cruel atadura" (Trivers) en los vivíparos penaliza a la hembra con embarazos periódicos de una cría que nace y crece en su propio vientre y que no puede delegar en otros para su crianza..
La promiscuidad sin embargo no solamente penaliza a las mujeres sino también a los machos con bajos niveles de testosterona que no podrían competir con “los machos viriles” al poseer aquellos mayor volumen y movilidad espermática
Una lógica de las máquinas sexuales que parece replicar absolutamente al egoísmo de los genes: en los machos replicarse lo más posible y tratar de pasar a la siguiente generación el mayor número de genes propios, de igual modo sucede en la hembra con el handicap de que ella debe hacer un balance entre el número de hijos y cuidados, aunque la cuestión reproductiva la tiene asegurada desde que llega a la pubertad así como la titularidad de sus genes en sus hijos.
Aunque las hembras tienen una penalización evolutiva en cuanto a las cargas de "nursing" tienen dos beneficios suplementarios: no tener que rivalizar demasiado para reproducirse, más el beneficio de saber con absoluta certeza de que sus hijos son suyos, que pertenecen al linaje de sus propios genes.
Una certeza que los machos no pueden tener, mientras la maternidad es una certeza, la paternidad se produce por tanteo, ningún macho puede estar seguro de que en los hijos de su mujer sobrevive su linaje genético.
El plan del macho es pues asegurarse el mayor número de coitos, con el mayor número de hembras a fin de conseguir en esa lotería genética un buen lote de crías suyas. Aunque sólo con esto no es suficiente, precisa además de otra estrategia que le asegure que sus hembras no copularán con otros machos, porque de ese modo ¿cómo discriminar a sus hijos de los hijos de otros?
Si la hembra está atada por la crianza de sus crías, la atadura del macho no es menos despreciable: necesita asegurarse un buen harén de hembras con las que copular en exclusiva y mantener a los intrusos a distancia. Generalmente en las especies organizadas en harenes los machos logran este objetivo mediante la adquisición de un determinado rango y a veces y además mediante el control de un determinado territorio.
Rango y territorio no son equivalentes en todas las especies. El rango asegura el acceso a las hembras generalmente en especies nomádicas que tienen que desplazarse constantemente en busca de pastos. El territorio por el contrario no implica necesariamente un rango determinado, de hecho son varios los machos dominantes que comparten un determinado territorio y que comparten además hembras y recursos alimentarios defendiéndolo en grupo frente a los intrusos. Por otra parte entre las especies que se jerarquizan por el rango exclusivamente y que no poseen territorios privativos serán varios los machos que se lograrán reproducir aunque ocuparán lugares distintos en el rebaño o la manada, usualmente los machos dominantes y de superior rango ocuparán el centro, mientras los adolescentes y los machos de menor entidad se instalarán en la periferia junto con sus propios harenes, siendo por tanto más vulnerables a los ataques de los depredadores. Hasta en los animales nomádicos existe una perfecta geometría en el orden de marcha de la manada tal y como ha señalado Hamilton (Hamilton 1971). Por otra parte la ordenación mediante el rango parece ser una estrategia de edades mas avanzadas que la ordenación por el territorio que más bien parece ocupar a los jóvenes, algunos autores han señalado esta especial cronobiología en relación con la aparición en humanos de diversas patologías como la psicosis maniaco-depresiva de inicio más precoz o la paranoia de inicio tardío (Demaret, 1983)
Todo parece indicar que en cada especie los apareamientos se realizan merced a programas atávicos seleccionados por la evolución como los más idóneos y no son universales. Así, en algunas especies las hembras pueden preferir al macho de mayor rango y en otras pueden preferir a aquel que disponga de un territorio propio o la habilidad ejecutiva para confeccionar un nido o una madriguera propios. En otras, las hembras pueden preferir a otro macho por la gracia en sus devaneos o por el rango que ocupó su madre en la manada. Incluso podemos observar parejas inseparables con un vínculo muy parecido al amor humano. Exceptuando a los elefantes marinos que son los animales más territoriales que se conoce en la naturaleza, podemos inferir que no es necesario ser un macho dominante para reproducirse, pero que también, no todos los machos lograrán reproducirse y aun más: casi todos los machos son desde el punto de vista reproductivo, superfluos. Algo así sucede en las especies con una organización social matrilienal, como los elefantes o las hienas, aquí no sólo desaparece el dimorfismo sexual sino también las oportunidades de coito para un buen número de machos.
En realidad no hace falta que todos los machos se reproduzcan. Que una especie tenga un 50 % de individuos machos y un 50% hembras es una estrategia destinada a contener la natalidad más que a propiciar los nacimientos como ya veremos más adelante. Desde el punto de vista genético unos pocos machos podrían "dar cuenta" de ese mayor número de hembras En este sentido la mayor parte de los machos son superfluos. De manera similar el orgasmo es en la hembra superfluo, todo parece indicar que una vez más la naturaleza ha desplegado un dimorfismo sexual con una base anatómica común (la placa motora del bulvocavernoso) que en el macho se ocupa de la eyaculación y en la hembra sólo del orgasmo. La muerte neuronal selectiva de las neuronas de la placa del bulvocavernoso puede ser la responsable de las disfunciones sexuales en la mujer y también de la eyaculación precoz en el hombre. Todo parece indicar que la evolución ha preservado sobre todo la eyaculación.
 
Pero tanto los machos de mayor rango como aquellos que tengan un territorio propio, puede decirse que tienen los días contados, en el sentido de que acabarán siendo derrotados por otros machos más jóvenes y más fuertes y terminarán sus días como machos periféricos, excluidos de su comunidad y exiliados hacia la soledad del borde de la manada o a campo abierto, el ágora, el lugar de más peligro para resultar ser presa fácil, aunque habrán conseguido pasar más genes suyos a la posteridad y con ellos los programas de territorio y rango.
Todo lo cual indica que el programa reproductivo se ha organizado y especializado en una amplia gama de estrategias sociales destinadas a lograr una cierta especificidad en la reproducción, mediada por la rivalidad entre machos (rivalidad agonística) que compiten entre sí por poseer y mantener en exclusiva un amplio número de hembras disponibles, demostrando su fortaleza no solamente en los duelos o en la continua intimidación de los rivales sino defendiendo a la comunidad de los intrusos con malas intenciones. Es muy importante comprender que el rango de un macho procede de su potencial capacidad de disuadir a los merodeadores y no sólo de su capacidad de alardear contra sus congéneres, una distinción  muy importante para comprender como funciona la selección sexual, que no distingue tan sólo las fanfarronadas contra los iguales sino acaso una preferencia en la eficacia en cuanto a mantener a buen recaudo las incursiones de los intrusos de la misma o de otras especies. Es importante saber que  cuando desaparecen los depredadores externos en una especie determinada la evolución cambia de dirección y favorece una selección mediada por la agresión intraespecífica, eso mismo parece estar sucediendo con el hombre.
En este orden de cosas no todos los machos se reproducirán, pero los que lo hagan serán seguramente los más fuertes, los más hábiles o los más astutos y lograrán un mayor éxito genético. Las hembras, sin embargo, todas se reproducirán exceptuando a las estériles o a las menopáusicas, sin tener que consumir en esta tarea ningún recurso extraordinario, más allá del cuidado de su progenie.
Existe además una correlación entre el tamaño de los testículos y la promiscuidad. O el numero de parejas de una hembra contadas de nacimiento en nacimiento, así entre los simios el gorila parece ser el animal más monógamo con 1 pareja por nacimiento, mientras los chimpancés tienen 3.7 parejas por nacimiento. La mujer ocupa un lugar bastante discreto con 1.1 parejas por nacimiento, aunque nuestra organización social es mas parecida a los chimpancés que a los gorilas o a los orangutanes que son solitarios y promiscuos.
 
Si prosiguiéramos estudiando evolutivamente las costumbres organizativas de distintas especies nos encontraríamos pronto con otra estrategia evolutiva que cuenta con un gran número de seguidores, sobre todo en la especie humana, me refiero a la monogamia, sobre la que ya hablé en un articulo anterior cuando me refería a la rivalidad entre hembras de la especie humana compitiendo por machos domésticos[1]. Lo que me interesa recordar en este momento es la asimetría que organiza tanto las conductas de los machos como las conductas de las hembras y que intentaré reconducir en el próximo epígrafe que tratará de una de las averías más frecuentes de los programas reproductivos y que tienen que ver con los celos. Intentaré vincular los celos a estos conceptos de rango y territorio para los machos y de monogamia para las hembras.
Los celos entre hombres y mujeres no son decididamente iguales: sus averías no se distribuyen al azar, sino que siguen un orden podríamos llamar de lógica genética. En todas las culturas se ha descrito con distintos sesgos ligados al sexo, parece haberse llegado a la conclusión de que los celos masculinos inducen una mayor agresividad (Daly et al 1982) y que también se inscriben en patologías más graves que los celos de las mujeres. Es difícil por no decir imposible que exista un delirio de celos en una mujer que haga albergar dudas acerca de su linaje genético (aunque si existen delirios afiliativos). No he visto nunca un caso así, me refiero a una mujer que delire diciendo que sus hijos no son sus hijos, aunque he visto casos en que las pacientes dicen ser hijas de personas distintas a sus padres, siempre de rango o estatus superior. Sin embargo este delirio es bastante frecuente en los hombres. ¿Existe alguna diferencia entre los celos de los hombres y las mujeres? ¿Qué puede aportar la psicopatología evolutiva?
Ni el rango o el territorio por si mismos pueden asegurarle al macho una certeza 100% de que su estirpe ha sido preservada. Ni siquiera el hombre moderno puede albergar la absoluta certeza más allá de los consiguientes análisis genéticos. ¿Qué hizo pues la evolución para liquidar en el hombre el modelo de rango/territorio?
Nada más y nada menos que inventar la monogamia y la confianza, lo que dejó el camino abierto para la infidelidad y la desconfianza, contraestrategias evolutivas que también se preservaron genéticamente, desparramándose en genes y programas distintos.
CELOS, RANGO, TERRITORIO Y MONOGAMIA
No hay manera alguna de saber si los animales tienen celos, aunque nuestra tendencia antropomorfa nos hace señalar determinadas conductas bizarras entre nuestros animales domésticos con ese nombre, lo que es seguro es que este sentimiento es muy frecuente entre los humanos y que también: se trata de una reacción atávica, disadaptativa para el hombre de hoy.
Autores como Dickermann sin embargo proponen que los celos humanos pueden entenderse bajo la misma perspectiva que la defensa que un macho ejerce sobre su harén de hembras, con las que se aplica "como si" tuviera celos, es decir empleando la fuerza o los alardes en el control de la conducta de aquellas o de los potenciales rivales.
 
Todo parece indicar que esta conducta fue adaptativa en un cierto tiempo y que ha terminado por hacerse inadaptativa y disfuncional en un mundo donde el linaje y la filiación ya no tienen ninguna importancia y donde la fidelidad o exclusividad de por vida en la pareja ha pasado a convertirse en un ideal romántico.
Este tipo de conductas maladaptativas persistentes han sido denominadas por Mc Guire y Troisie "genoma lags", (o basura genética) desfases en la evolución de la emergencia de nuevas propiedades en el sistema de apareamiento (en este caso un sentimiento nuevo) que en su momento lograron un salto evolutivo, en este caso desde el rango o territorio hacia la confianza mutua. Una confianza que el macho - sobre todo de aquellas especies donde la fertilización se produce en el interior de la hembra- no puede tener al 100 % lo que puede llevarle a una conducta de desconfianza celosa (Daly el alter, 1982)
. Es muy arriesgado denominar determinadas conductas animales con sustantivos complejamente simbólicos como son los celos que conocemos en las respuestas humanas. Lo más correcto sería utilizar nomenclaturas distintas para los animales y para las personas aunque es lícito señalar sus vínculos y relaciones. Por ejemplo los perros domésticos suelen señalar continuamente sus territorios mediante la orina, por más que esta conducta esté obsoleta desde el punto de vista de su hábitat actual que suele ser un piso en una ciudad habitada por humanos. Orinar las farolas, o los automóviles cuando sale a la calle puede entenderse como una conducta de señalización maladaptativa en el sentido de que en su entorno actual no le sirve para nada. La persistencia de este programa empero mostraría su utilidad si el perro volviera a su ambiente inicial. Es indudable que en este caso podemos aplicar también el sustantivo de genoma lag o desfase entre los programas genéticos y las nuevas circunstancias del entorno, tanto en los hombres como en los animales.
Los animales no pueden tener celos pero pueden comportarse "como si" los tuvieran y además podemos suponer que los celos humanos en su complejidad derivan de aquellos programas arcaicos que son comunes tanto en los animales como en el hombre, aunque en nosotros la enorme capacidad de simbolización y de operaciones semánticas pueda llevarnos al paroxismo de racionalizaciones y desplazamientos de tal forma que al alejarse del centro original los celos pueden aparecer como una emoción  singularmente humana, siendo como es - desde el punto de vista evolutivo - la expresión de una conducta territorial, común a múltiples especies.
 La primera sorpresa que nos encontramos cuando intentamos rastrear el significado de los celos a través del diccionario es que el substantivo celos no existe, al menos en el Maria Moliner. Existe el adjetivo celoso o celosa y como substantivo podemos encontrar la palabra celo: "el afán con que alguien se dedica a salvaguardar o preservar algo que le pertenece". Existe otra acepción de la palabra "celo": el periodo en que la hembra es fértil y está disponible sexualmente. La primera acepción tiene relación pues con la propiedad y la segunda con el estro periódico de las hembras.
Una relación que no es casual, los celos tienen que ver con la posesividad, con aquello que se siente como personal y privativo, del mismo modo que una persona se relaciona con sus tierras, sus propiedades o su ganado. Pero nadie puede sentirse celoso de su propiedad aunque pueda aplicar en su custodia un celo especial. Se sienten celos de las personas, concretamente de aquellas personas que se percibe que nos pertenecen como el ganado o la tierra y que pueden escapar de nuestra influencia y de nuestro lado para irse con un mejor postor. Sobre todo se sienten celos de las parejas, unos celos que incluyen lo sexual si se dan entre parejas sexuales y también una forma de celos que tiene que ver con la obligación de compartir con otros los cuidados de una persona muy especial o significativa (celos fraternales).
Freud llamaba a los primeros celos sexuales y a los segundos celos infantiles dado que es posible observarlos entre hermanos compitiendo entre si por los cuidados de la madre, aunque a esta conducta entre hermanos se les denomina frecuentemente celos, hoy se interpreta como rivalidad agonística, dejando el sustantivo celos para uso exclusivo de los celos sexuales.
La naturaleza psicopatológica de los celos, desde el punto de vista afectivo procede del temor: el temor de perder algo que nos pertenece, mientras que desde el punto de vista cognitivo es más bien una obligada tarea: el afán o inversión de tiempo o recursos que dedicamos para que esto no suceda. De entrada existe una diferencia entre los celos femeninos y masculinos, el temor del hombre es un temor "hacia los cuernos" o hacia la infidelidad de su pareja, mientras que el temor de la mujer es el temor a ser abandonada. La infidelidad de la mujer es para el hombre un temor atávico que es anterior a la ganancia de la confianza y que está asentado en la incertidumbre de su transmisión genética, mientras que en la mujer que carece por naturaleza de esa duda, su temor procede más bien de la posibilidad de ser desplazada por otra hembra, no tanto por la infidelidad ocasional del marido (que suele ser algo tolerable) sino por la posibilidad de que su pareja acabe por dejarla abandonada con su "cruel atadura" de nursing.
La muda del estro de la hembra protohomínida hacia las reglas lunares y hacia la ovulación silenciosa[2] pudo fortalecer los vínculos entre determinadas parejas que se especializaron en formas monogámicas de compartir alimentos y cuidados y en un embrionario sistema de recompensas en forma de proteínas que alternar a los frutos, los huevos, las raíces y las hierbas, que coexistieron con una sexualidad de horda durante miles de años. Ambas estrategias están perfectamente diseñadas por la evolución y debieron coexistir como estrategias evolutivamente estables en el sentido de Trivers, de hecho aun lo hacen, lo cual parece indicar que ambas estrategias genéticas gozaron de una amplia difusión exitosa en la especie humana.
Para Trivers una estrategia evolutivamente estable (EEE) es aquella conducta que no diverge de lo que hace la mayoría y que evolutivamente hablando tiene premio o al menos no tiene demasiadas perdidas
 
De haber existido pues "la pareja feliz" como estrategia de acoplamiento en la prehistoria de los hombres, debió de fortalecer a un tiempo la división del trabajo entre hombres y mujeres tanto como una regulación entre los deberes parentales para con las crías y entre la pareja entre sí. Y debió al mismo tiempo debilitar - en estas mismas parejas- los controles de rango y territorio con los cuales determinados machos aún se relacionaban con sus grupos de hembras. Muy posiblemente ambas estrategias coexistieron y se desparramaron a un mismo tiempo en el genoma humano.
La debilitación del control ejercido a través del rango y el territorio pudo realizarse mediante el desarrollo de una estrategia nueva, un gen mutante que se añadió a la baraja de las posibilidades genéticas donde ya se encontraban perfectamente establecidas la desconfianza (paranoidismo) y la tendencia promiscua. La confianza mutua desplazó en algunas parejas al trabajoso método de asegurarse el rango a través de luchas fratricidas en el hombre, mientras la mujer ganaba ayuda para la crianza de su prole al mismo tiempo que accedía a proteínas animales de una forma y ritmo similar a la que los machos. Por la misma razón los machos con bajos niveles de testosterona podían a su vez asegurarse su propia prole, una seguridad que en relaciones de promiscuidad tenían vedada.
Lo que me interesa señalar en este momento es que entiendo a los celos como un temor primordial que ha cumplido además una tarea enorme desde el punto de vista evolutivo. Aunque podamos interpretar a los celos como una avería del sistema de confianza mutuo entre las parejas, es importante señalar que los celos cumplieron en tiempo ignoto una función de relé, es decir una función de disuasión, tanto en el macho como en la hembra. Si la pareja monógama resultó ser útil debía ser preservada de merodeadores y galanteadores y una vez debilitado el rango sólo los celos se oponían como conducta demostrativa a esta amenaza. Una amenaza que ponía en peligro también a la débil y emergente confianza, una función a preservar porque suponía un ahorro de inversiones especificas en la vigilancia constante de la pareja.
La confianza es una propiedad emergente entendiendo como tales a las propiedades nuevas que caracterizan a un sistema después de haberse operado en él un salto en su complejidad. Desde este momento la regulación del acoplamiento monógamo ya no operará a través de la defensa del territorio o el rango sino a través del escrutinio de la pareja, a través de los celos, una estrategia de balanceo de la recién nacida confianza.
Naturalmente, los celos sólo pueden darse entre las vocacionales parejas monógamas, en aquellas que han llegado a acuerdos sexuales y de distribución de cargas y tareas tanto en el cuidado de las crías como en el reparto de cargas alimentarias. Los celos son un patrimonio exclusivo de las parejas que aplican en su convivencia el modelo "pareja feliz". Aunque pueden existir, no son la norma en aquellas otras que aplican el modelo promiscuo o el modelo polígamo entre sus interacciones. Debe entenderse que los seres humanos actuales son una curiosa mezcla de las tres estrategias, que no sólo vienen definidas por las propias preferencias sino también por la impronta que cada cultura imprime en cuanto a la cualidad de los celos y de sus instituciones sexuales.
Existe otra cualidad importante de los celos que está basada en la diferencia. Una diferencia de aspecto físico inevitable en tanto en cuanto no hay manera de asegurar que cada persona sea igualitariamente atractiva para sus parejas, incluso en una sociedad ideal, quimérica, este tipo de diferencias serían insoslayables. El propio Marx se refirió a ello en sus “Escritos” cuando decía:
Oponer a la propiedad privada la propiedad general, puede expresarse también en la forma animal que busca oponer al matrimonio, la comunidad de las mujeres. Este es un comunismo tosco e irreflexivo. La envidia general constituida en poder no es sino la forma escondida en que la codicia se establece o se satisface de otra manera.
 
De manera que podemos intuir que el propio Marx no tenía resuelto el dilema de que incluso en su paraíso socialista serían inevitables las diferencias, al menos de atractivo. Este atractivo comparativo pasará inevitablemente factura en forma de celos.
Una vez establecida la confianza, la contraestrategia evolutiva siguiente fue la infidelidad. ¿Por qué voy a ser fiel todo el tiempo? ¿Qué gano a cambio?, pudo pensar el macho o la hembra pensante olvidando que ambos habían ganado y perdido algo en el pacto por la "pareja feliz". Gracias a su cerebro especialmente diseñado para el engaño, el macho y la hembra prehistóricos pudieron ir descubriendo que era posible simultanear la estrategia "pareja feliz" con algunas incursiones con otras parejas dispuestas: de todos modos siempre habrá hembras fáciles que no piden nada o poco a cambio (al menos no compromisos reproductivos) y machos dispuestos para el coito fácil con una hembra dispuesta aunque resulte "propiedad" de otro macho (un reto suplementario para los "machos viriles" que aún operan bajo el paradigma del territorio).
Es aquí donde los celos vuelven a exponer su cualidad adaptativa a las nuevas conquistas neocorticales del cerebro, en este caso la anticipación del engaño. Los celos no sólo operan como disuasorios ante los intrusos que podrían amenazar "la pareja feliz", sino que en ella misma y merced a la dialéctica creada entre sí pueden operar como una alerta ante una posibilidad más que factible. Así los celos pasaron  de ser disuasorios (destinados a alejar a los intrusos) a ser recursivos y recíprocos (destinados al control de la conducta de la pareja), un salto que explica su ambigüedad ¿de quién se tienen celos cuando se tienen celos?
                                          
                                                               

Bucle recursivo del los celos. Un caso de causalidad circular
 
En este sentido podemos concluir que los celos son desde el punto de vista adaptativo no solamente un temor y una tarea sino también una programa complejo destinado a preservar la pareja monógama y a discriminar los potenciales engaños relacionados con la reproducción en exclusiva que se genera en el seno de la misma. Dicho de otro modo: los celos son inseparables del amor en exclusiva - una nueva emergencia evolutiva-  que se adhirió a aquella estrategia de preservación y también de la posibilidad de ser engañado en la articulación de ese mismo amor que opera como un atractor universal, como una matriz de significados.
¿Pero para qué sirven hoy los celos?
Los celos son un programa atávico que ha perdido su función adaptativa prehistórica y se ha convertido en un trozo de basura genética que aun no ha sido capaz de mudar hacia una estrategia adaptativa nueva, por el poco tiempo transcurrido aún en la evolución. Hoy, la complejidad de las relaciones sociales ha urdido nuevas paradojas para las que el hombre actual aún no ha sido capaz de generar programas nuevos que den como resultado la solución a los problemas que se presentan y que proceden de los siguientes dilemas:
1.     El amor romántico como modelo ideal a alcanzar, es decir una pareja exclusiva de por vida ya está obsoleto aunque se mantiene en el imaginario de gran parte de nuestros conciudadanos.
2.     En medio de una sociedad sin tabúes donde todo (cualquier oportunidad de goce es legitima) está permitido y cualquier hombre o mujer es de hecho accesible (ya no se considera propiedad de nadie).
3.     En una sociedad donde la mujer ha desertado de su rol protector para la prole y del hogar que ha pasado de ser un nido de amor a un lugar de paso (Gergen) pasando a competir en "el territorio" de los hombres, lo que la debilita en tanto que es sentida al mismo tiempo como objeto accesible y como rival a derrotar.
4.     Sin una nueva ética colectiva que se oponga al deseo individual, el sujeto no tiene más remedio que dirimir en su interior las consecuencias de este conflicto echando mano de sus mecanismos individuales de resolución de conflictos. El dilema ha pasado de ser un problema social de control de conductas individuales a un tormento intrapsíquico donde los celos son sólo una de las posibilidades de expresión.
5.     A cambio, existen más posibilidades para la fealdad extrema y para las conductas desviantes y periféricas. El anonimato de las grandes ciudades es el caldo de cultivo necesario para la dilución de identidades marginales que pueden así escapar del control de los pequeños grupos en que se organizaron los humanos desde los tiempos más remotos (unas cien personas mas o menos)
Dicho de un modo más claro los celos han pasado a ser un sufrimiento intrapsíquico individual aunque nacieron como una conducta social destinada a preservar la pareja y la superación del modelo rango/territorio en el apareamiento del Sapiens.
El celoso de hoy sufre - en lo psicológico - una merma en la confianza interpersonal lo que hace de él una persona disadaptada cuando no perturbada gravemente y vulnerable, insegura y dependiente que le incapacita para la autonomía requerida en una sociedad compleja donde el "enemigo" ya no merodea en los bordes del territorio sino que reside en la propia complejidad de las relaciones personales, a veces en la familia y casi siempre en el lugar de trabajo. De ahí a la patología hay un salto que nadie conoce en sus íntimas peculiaridades, pero es evidente que los celos considerados desde el punto de vista evolutivo constituyeron un programa genético novedoso que en un tiempo- probablemente durante la emergencia de la agricultura-  resultó adaptativo. En psiquiatría nos vamos a encontrar este fenómeno en numerosas ocasiones: las enfermedades no son pues y siempre algo a erradicar sino la expresión de ese desfase entre las condiciones adaptativas de nuestro genoma con las circunstancias aceleradas en que crece la complejidad de nuestras relaciones sociales, una velocidad que centuplica a la velocidad de adaptación de nuestro patrimonio genético
EL TABU DEL INCESTO
El incesto es  otro ejemplo de una conducta- en este caso una prohibición- universal que atraviesa a todas las culturas, lo que indica que en su preservación hay algo que va más allá del sesgo cultural: si no está determinada por la cultura debe existir en el patrimonio genético de toda la humanidad o al menos se trata de un aprendizaje fácil (prepared learning), como la fobia a las serpientes (Marks, 1991)
Los estudios sobre el incesto proceden de modelos antropológicos y de ellos procede nuestro conocimiento sobre la universalidad de su presencia. Sin embargo el incesto también se halla presente en el mundo animal, no se trata pues de un fenómeno tan sólo cultural, como sostienen algunos antropólogos sino biológico.
No todos los animales tienen la capacidad de reconocerse como individuos, y parece que solo en aquellas especies donde los individuos son capaces de reconocerse entre si se preserva la institución del incesto, al menos en lo que respecta al incesto madre-hijo y entre hermanos. Generalmente los animales que se reconocen entre si lo hacen cuando tienen rasgos diferenciales en el rostro, cosa que sucede en aquellas especies donde el rostro ha alcanzado una cierta diferenciación. En las cebras por ejemplo el reconocimiento se hace a través de patrones del rayado y no parece que vaya más allá del tiempo en que permanece activada la impronta (imprinting): el necesario para que las crías reconozcan a la madre y no la pierdan de vista hasta que se hacen autónomas (hasta el próximo embarazo de la madre). Otras especies - las más comunes- se reconocen por el olor o por los sonidos que emiten. Reconocimiento y marcaje sexual son pues instintos que participan de algún modo simultáneamente en ambos propósitos: territorialidad y seguimiento. Existe pues, una relación entre el reconocimiento y el marcaje o balizado sexual, dicho de otra forma: el reconocimiento entre individuos pudo evolucionar desde la necesidad de marcaje sexual del territorio.
Sin embargo los cánidos parecen contradecir lo dicho anteriormente. El incesto es muy frecuente, lo que significa que en las especies donde el modelo de apareamiento sexual es promiscuo, el tabú del incesto no se respeta.
 No obstante entre la impronta y el incesto pueden existir relaciones al menos en las especies con el cerebro más evolucionado.
Para explicar este fenómeno se han invocado varias explicaciones:
1.- La hipótesis de la familiaridad (Eibl-Eibensfeldt,1995). Crecer juntos puede fabricar una especie de aversión entre los sujetos que les impida aparearse.
2.- La hipótesis biológica: el incesto haría aflorar alelos recesivos  que podrían resultar fatales desde el punto de vista genético cuando se dieran juntos en un mismo individuo.
3.- La hipótesis psicoanalítica: la prohibición del incesto se fundamenta en el crimen ritual de la horda que erige al asesinado como tótem y protector de la misma. De este parricidio surge el tabú del incesto, ambos pues, parricidio e incesto se hallan relacionados simbólicamente (Freud, 1912) y participan de la misma prohibición.
4.- La hipótesis económica. La exogamia favorece los vínculos extrafamiliares al tiempo que favorece el reparto del trabajo comunitario. La madre de un adolescente joven puede verse favorecida por la llegada al núcleo familiar de una hembra joven bien dispuesta para el trabajo. A cambio, ese mismo padre puede "perder" a una hija, porque sabe que tendrá el recambio de una nuera en otro lugar (Levy-Strauss, 1998).
Ninguna de estas explicaciones por si mismas ofrece argumentos irrefutables aunque todas poseen gotas de verdad o intuiciones interesantes que aportar. Las explicaciones biológicas parecen incontestables si no fuera porque la emergencia de esos alelos fatales tarda muchas generaciones, las suficientes para no ser conservadas en la memoria de tres generaciones ¿cómo saben esto los simios que respetan el tabú del incesto?.
 La hipótesis familiar sirve para explicar la aversión entre hermanos, pero no explica el respeto del tabú de madre a hijo. Las hipótesis económicas son sugerentes pero no explican el tabú en los simios como tampoco lo hacen las explicaciones psicoanalíticas.
Además existe una paradoja biológica: si mi hija tiene un 50% de mis propios genes tener un hijo con ella supondría la supervivencia en mi hija-nieta de un 75 % de mis propios genes  Se trataría de un superhijo que se acercaría a mi genoma más que cualquier hijo que pudiera tener con otra hembra. Si pudiera engendrar otro hijo con mi hija-nieta su genoma y el mío coincidirían en un 87.5% y así sucesivamente hasta constituir una asíndota, una curva que nunca llegaría a ser yo (mi clon o 100% de mis genes) pero se acercaría bastante - desde el punto de vista genético- a lo que sucede en la reproducción asexual donde el individuo se replica entero.
Desde el punto de vista del egoísmo genético esta estrategia podría ser considerada como una estrategia válida y sin embargo sabemos que biológicamente hablando no lo es ¿Cuál es la razón de que no se trate de una estrategia evolutivamente estable?
Desde el punto de vista de Trivers una estrategia evolutivamente estable (EEE) es aquel rango de conductas cuya transgresión da pérdida en el contaje de puntuaciones evolutivas, aplicando un modelo de simulación del tipo que se encuentra en la teoría de los juegos (M. Smith 1988). Es evidente que el incesto o la endogamia repetida da lugar a la emergencia de genes inestables o letales en la población que la practica. ¿Pero como saben esto los individuos concretos?
Otra vez tenemos que volver a las ventajas que supuso la reproducción sexual en la diversificación de los genes y a suponer un automatismo programado o preformado (Mc Guire y Troisi, 1998) por la especie en la preservación de estas estrategias o a suponer algún tipo de aprendizaje ligado al "imprinting" o al apego (Bowlby, 1998) teorías ambas que no se encuentran en contradicción mutua (en realidad el apego es un imprinting evolucionado) pero nos quedan sin explicar las diferencias entre las conductas incestuosas entre padres y madres.
En nuestra especie el incesto de padre a hija sigue siendo aun hoy mucho más frecuente que el incesto de madre a hijo, siendo el incesto entre hermanos intermedio en frecuencia a ambos y similar al que puede darse entre parientes de segundo orden. El incesto de madre a hijo es pues muy raro en el hombre y en el mundo animal y además se halla protegido con un tabú o inhibición más potente que sus variantes, hasta el punto de que Freud llamaba al incesto entre madre-hijo el incesto verdadero. ¿Cuál es la razón de esta diferencia?
Otra vez tenemos que volver al tema de la certeza. La certidumbre para una madre de que su hijo es su hijo es total, mientras que para el padre es aproximativa. La impronta - el reconocimiento- de la cría por su madre y de la madre por su cría es en algunas especies, vital para su supervivencia. En el ser humano este fenómeno ha sido sustituido por el apego (Bowlby, 1969), la emergencia de una emoción nueva que sustituiría al deletéreo "imprinting" y lo haría más complejo y persistente con arreglo a las necesidades de nursing y teaching de las crías humanas obligadas - debido a la estrechez del canal del parto derivada de la bipedestación- a una mayor dependencia de la madre y durante más tiempo que cualquier otra cría de cualquier otro animal precisa para su supervivencia
Dicho de una manera más clara, la prohibición del incesto de madre-hijo puede explicarse sociobiológicamente por el egoísmo genético que tiende a diversificar los genes individuales y a evitar combinaciones letales. Este aprendizaje puede estar programado por la especie como un automatismo o un aprendizaje ligado a la impronta que es reforzado por el apego y el largo tiempo de crianza y cuidados que precisa el bebé humano. En este sentido las mujeres podrían tener una mayor cantidad de controles que operarían como aversivos y disuasorios en el apareamiento con sus hijos Los hombres carecen de este mecanismo innato (aunque no de la capacidad de apego que les protegería del apareamiento con su propia madre) por lo que es de prever que el incesto entre padre-hija sea más probable y mucho más probable entre padre e hija adoptivos (Thornhill 1992) y que resulte sólo penalizado en el cerebro individual por controles sociales o jurídicos. El hombre precisa pues de un mayor aprendizaje social a este respecto dado que su egoísmo genético puede operar a favor de la consumación del incesto con sus propias hijas a fin de preservar una mayor cantidad de sus propios genes.
DIMORFISMO SEXUAL
Lo primero que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de dimorfismo sexual son los caracteres sexuales secundarios, me refiero a los caracteres secundarios visibles: el hombre es más grande que la mujer, la mujer tiene una disposición distinta de la grasa, una voz más aguda, las mamas más desarrolladas, etc, un dimorfismo centrado en el cuerpo, olvidando que no es constante en todas las especies. Sin embargo no nos hacemos preguntas acerca de las diferencias entre ambos cerebros y damos por supuesto que en ambos sexos son iguales.
No es cierto y aunque este tema suele ser muy ideológico porque siempre parece que se trate - cuando se dice la verdad- que se esté defendiendo una posición para legitimar determinados roles sociales que son siempre interpretados en clave sexista, la verdad es que los cerebros humanos son dimórficos y no sólo ellos sino también sus mentes.
Hasta ahora los investigadores se han referido sobre todo a cuantificaciones y a las diferencias estructurales y se han limitado al rinencéfalo: una parte conocida como  cerebro olfatorio o vomeronasal que está relacionado en gran numero de especies con la reproducción.
Simon Levay que estudió la estructura preóptica del cerebro humano y los comparó con la orientación sexual llegó a la conclusión de que el núcleo intersticial del hipotálamo era el doble en los varones que en las mujeres, un hallazgo que anteriormente se había reconocido en ratas y en la placa motora del músculo bulbocavernoso responsable de la erección y la eyaculación y de la inervación de elevador del ano que en la mujer es vestigial.
La polémica surgió cuando Levay publicó sus trabajos donde hacia referencia a que el núcleo instersticial no sólo era mas grande entre varones en comparación con mujeres sino que era también el doble según la orientación sexual del varón, seguía siendo el doble de grande en los varones heterosexuales en comparación con los varones homosexuales. Todo lo cual vino a poner de manifiesto que existía una correlación entre el tamaño de una estructura cerebral dimórfica y la orientación sexual.
No es de extrañar que este hallazgo pusiera patas arriba a la comunidad gay. Para empezar existe una ingenua identificación entre "lo biológico" y la enfermedad y además es cierto que tanto los códigos jurídicos como las costumbres sociales han ido modificando sus puntos de vista por detrás de la ciencia hasta el punto de que usualmente existe una yuxtaposición entre los hallazgos biológicos, la asimilación cultural de la diferencia y las practicas jurídicas que siempre operan con arreglo a lo que se sabe científicamente.
Así sucedió con la locura en general y con las costumbres sexuales en particular. La asimilación de que el núcleo intersticial del hipotálamo sea más grueso en los hombres heterosexuales que en los homosexuales no significa linealmente que los hombres homosexuales estén enfermos. El hallazgo biológico sólo representa la base anatómica de una diferencia en la orientación sexual, no prejuzga una patología cualquiera. Del mismo modo tampoco presupone que el macho sea una diferenciación de la hembra, una cuestión que parece molestar mucho a determinados movimientos feministas. Por el contrario tampoco las interpretaciones de que en realidad las hembras humanas sean una superespecialización del macho, una especie de macho plus tienen ninguna base científica o anatómica.
Lo que tiene importancia es saber si la homosexualidad es - desde el punto de vista evolutivo- adaptativa, maladaptativa o neutral. Para Vasey (Vasey 1995) el comportamiento homosexual en primates no puede considerarse maladaptativo porque los sujetos que lo realizan no suelen ver disminuido su éxito reproductivo, lo que es cierto en las conductas homosexuales de los antropoides dado que en ellos no existe la homosexualidad absoluta, lo mismo sucede con el “lesbianismo” de las hienas, especie matrilineal donde las hembras adoptan caracteres sexuales secundarios masculinos.
 El mismo Vasey propone que el comportamiento homosexual de los primates no sea un producto de la selección natural sino más bien un subproducto neutro derivado de la selección "de otra cosa" o característica que aun no ha sido definida. Dicho de un modo más claro, Vasey aventura que la homosexualidad puede estar favoreciendo alguna estrategia evolutivamente estable distinta a ella misma. En este sentido podríamos hablar de que la homosexualidad es una conducta altruista aunque no sabemos bien a qué propósito o a qué individuos beneficia.
Hay que recordar que la evolución no sólo carece de planes sino que es absolutamente neutral en lo que nosotros entendemos como aspectos ideológicos que frecuentemente están vinculados a aspectos derivados del rol social y al reparto de tareas y cargas comunitarias. Ninguna ideología debería oponerse a conocer la verdad, cualquiera que esta sea, siempre que proceda de la investigación seria y concienzuda. Al mismo tiempo subrayo que ninguna ideología debe albergar ningún temor porque los hechos que conocemos no van en la dirección que las sospechas de algunos apuntan: ni la homosexualidad es asimilable a una enfermedad, ni la mujer es una especie de macho menor o de macho minusválido.
Estos son los hechos que marcan un claro dimorfismo sexual en el cerebro humano:
La sexuación del cerebro es anterior a la emergencia de los caracteres secundarios visibles que podemos observar en la pubertad: se realiza en la época fetal y procede de las hormonas sexuales tanto de la madre como las del propio feto.
El los fetos varones hay que contar no sólo con el aporte de testosterona de la madre, sino del aporte que procede de los propios testículos del feto y que empiezan a ser operativos a partir del tercer mes, antes incluso de que se formen los genitales o el cerebro. La niña sin embargo no comienza a derramar hormonas sexuales sino después del nacimiento, al cabo de algunas semanas. En este fenómeno, ya podemos observar una diferencia significativa: el cerebro del feto varón se halla expuesto a las hormonas sexuales desde casi el momento en que es concebido, mientras que la niña es un poco más tardía en resultar expuesta a este baño de hormonas. Además hay que señalar que es la testosterona de la madre y la testosterona procedente del testículo del feto varón la responsable de esta diferenciación del cerebro neutro (indiferenciado) que hasta el momento es el cerebro del feto.
Aunque la testosterona es en la pubertad la responsable de la aparición de los caracteres secundarios en el adolescente varón, lo realmente curioso es que en el cerebro nada parece suceder así: no sólo su diferenciación es precoz si la comparamos con la diferenciación del cuerpo en general, sino que además se realiza mediante una forma paradójica, no es a través de la testosterona que se masculiniza el cerebro, sino a través de un metabolito de la testosterona que es el estradiol, la hormona típica femenina, que se desdobla desde testosterona a estradiol a través de una enzima denominada aromatasa que para más curiosidad también es dimórfica, tiene una actividad distinta según el feto sea varón o hembra.
Es el estradiol - en el cerebro- después de haberse modificado a través de la aromatasa el responsable de la masculinización de determinadas estructuras (concretamente el núcleo olfatorio que es donde se ha estudiado esta diferenciación). La niña no sufre esta exposición suplementaria de testosterona-estradiol porque no dispone de testosterona, su materia prima y porque además el estradiol suele unirse a proteínas plasmáticas (alfafetoproteina) que dificultan o entorpecen su paso a través de la barrera hematoencefálica, además la aromatasa del feto hembra tiene una menor actividad. Sin embargo una niña puede masculinizarse externamente si la madre es tratada con estrógenos durante el embarazo, pero no su cerebro.
Estos datos sugieren que la masculinidad del feto tiene que ver con la testosterona circulante que añade una diferenciación suplementaria en determinadas estructuras anatómicas que tienen que ver con la reproducción. Ser niña - la feminización de su cerebro- tiene que ver con la inacción de este mecanismo de diferenciación dimórfico. Una exposición baja al estradiol tiene como resultado un cerebro hembra mientras que una exposición alta al estradiol tiene como resultado un cerebro macho.
La pregunta del millón de dólares sería averiguar para qué la naturaleza ha diseñado dos vías de degradación de la testosterona: la vía de las aromatasas y la vía de las alfareductasas. Una estrategia - la redundancia de "procesos de producción" que la vamos a encontrar frecuentemente en la fisiología. Y cuya interpretación se halla abierta.
 
 
Testosterona
Cuadro de texto: alfareductasa
Cuadro de texto: aromatasa

                                                                   
 


 


                              Estradiol                Dihidrotestosterona
 
Siendo la vía de las aromatasas la "cadena de producción" de la diferenciación sexual cerebral, incluyendo estructuras, sinaptogénesis y cableado, mientras la vía de las alfareductasas es la cadena de  producción que se encarga de los caracteres secundarios periféricos, incluyendo la placa motora del bulbocavernoso que inerva el elevador del ano y regula la eyaculación y que carece de efecto alguno a nivel cerebral.
La diferenciación de una estructura sexual anatómica en el cerebro, guarda relación con la exposición - durante el periodo perinatal - de las hormonas sexuales que proceden de la degradación de la testosterona por la vía metabólica de la aromatasa, y sólo durante intervalos críticos o ventanas plásticas, resultando fuera de estas ventanas temporales irrelevante la función de estas hormonas sexuales, dando como resultado la feminización, puesto que las hormonas implicadas en este tipo de procesos no sólo determinan el crecimiento de estas estructuras sino que también inhiben sus contrarias, una inhibición que tiene como resultado la muerte neuronal especifica tal y como sucede en la placa motora del bulbocavernoso en la mujer.
Se ha propuesto que en algunos homosexuales masculinos puede suceder algo parecido a partir de una supuesta "androgenización secundaria" de la madre. Se supone que una causa de homosexualidad masculina se transmite a través de la madre, lo que ha hecho que algunos investigadores se decantaran hacia la búsqueda de un determinado gen ubicado en el cromosoma X. Otros sin embargo creen mas bien en la hipótesis prenatal: una previa androgenización de la madre, a través de múltiples embarazos de varones podría estar en la base de una superproducción de hormonas masculinizantes. La paradoja está pues en esta palabra masculinizantes. ¿Son los homosexuales supermachos desde el punto de vista biológico?
El enigma desde el punto de vista evolutivo está relacionado con esta pregunta y se completa con esta otra ¿Es la homosexualidad una excepción desde el punto de vista evolutivo a la teoría de Darwin? ¿Para qué propósito evolutivo sirve la homosexualidad si los homosexuales tienen índices de natalidad casi nulos en comparación con los heterosexuales?
Esta aparente paradoja también será explorada cuando hablemos de las relaciones entre el lenguaje y la esquizofrenia y fue señalada por Huxley en 1964 refiriéndose a esta enfermedad típicamente humana como es la esquizofrenia. Efectivamente los esquizofrénicos se reproducen con un índice de natalidad bajísimo en comparación con la población normal y sin embargo la esquizofrenia no desaparece sino que se mantiene estable en todas las culturas y en todas las poblaciones en torno al 1% de la población general ¿cómo puede explicarse esta paradoja?
Si la esquizofrenia no tiene las mismas oportunidades evolutivas que cualquier otro rasgo genético, ¿cómo puede mantenerse estable?, la misma pregunta salvando las diferencias puede hacerse con respecto en la homosexualidad sin prejuzgar psicopatología alguna en ella
Existe una evidencia contrastable a lo largo de las épocas y que resiste a todas las sensibilidades históricas y a todos los prejuicios que se hayan podido urdir alrededor de la homosexualidad: se trata siempre de una conducta minoritaria y cuando no lo es no implica exclusividad. No sería concebible una mayoría social homosexual (Bateson 1973) dado que las posibilidades génicas de las que dispone la comunidad de humanos se articula en torno a la diferencia y a la replicación sexual, son los heterosexuales los que soportan la carga genética del cambio.
Y quizá la razón sea la misma por la que las poblaciones autoregulan mediante mecanismos genéticos sus respectivas querencias conductuales. Hemos hablado de cómo se regulan las poblaciones de halcones y palomas, individuos egoístas y altruistas o hembras esquivas/fáciles en relación con estrategias de apareamiento entre las posibilidades de elegir machos galanteadores o domésticos.
Dejando a un lado los trastornos intersexuales que no son el propósito de este articulo así como los factores ambientales que pueden operar a favor de una elección o orientación sexual homosexual, los seres humanos sólo podemos ser machos o hembras, pero además de esta obvia división tenemos otra posibilidad: la orientación sexual, disociada de nuestra identidad sexual nos podemos orientar hacia los hombres o las mujeres con independencia de nuestro sexo genético o genital que suele ser congruente en casi todos los homosexuales.
Si los homosexuales resultaran exclusivos y también los heterosexuales las posibilidades desde el punto de vista reproductivo serian:
  
 
Hombre hetero
Hombre homo
Mujer hetero
Si
No
Mujer homo
No
No

Dado que el 50 % de la población son machos y el 50% son hembras y sólo es posible la reproducción entre machos y hembras, la evolución ha podido escoger entre varios caminos a la hora de regular sus poblaciones, una de ellas ha podido ser la regulación de la orientación sexual, como puede verse en la tabla: aunque existen dos sexos, existen al menos cuatro posibilidades de orientación sexual, esta diversificación amplía las posibilidades de goce individual pero restringe las posibilidades reproductivas que sólo son posibles entre el caso 1.1 (la mujer y el hombre heterosexual), lo que también explica el "efecto parsimonia" de la homosexualidad, por qué son minoría (hay tres tiradas que no tienen premio reproductivo)
Si además de la orientación sexual consideráramos también la identidad sexual, tendríamos 2x2x2=8 posibilidades y si además consideráramos el rol sexual tendríamos 16 posibilidades lo que seguramente encajaría mejor con la complejidad de la sexualidad humana, pero también haría más dificultoso el argumento o argumentos que vienen a continuación, por lo que me referiré a dos sexos y a cuatro orientaciones sexuales, que en realidad derivan en tres posibilidades de emparejamiento: hombre-hombre, hombre-mujer, mujer-mujer.
Aunque un hombre homosexual y una mujer homosexual no son de hecho estériles (por homosexuales) y pueden engendrar hijos y aun más, pueden ser bisexuales, voy a simplificar mi exposición suponiendo que sólo los heterosexuales se reproducen y a considerar a la homosexualidad como una estrategia más de control poblacional. Una más entre las siguientes posibilidades de programación de la evolución.
1.- Ha podido programar determinadas mutaciones para esterilizar a determinados varones.
2.- Ha podido programar igualmente determinadas mutaciones a fin de esterilizar a determinadas hembras.
3.- Ha podido construir cerebros destinados a la no reproducción manteniendo su potencial genésico sean homosexuales o no. Se trataría en este caso de preservar la sexualidad sobre la reproducción.
4.- Ha programado un intervalo temporal - desde la pubertad hasta la menopausia- para la reproducción multiplicando después el número de mutaciones a fin de preservar a las poblaciones de tener unos padres demasiado viejos.
5.- Al mismo tiempo ha favorecido el apareamiento a través de mutaciones relacionadas con una continua disponibilidad sexual introduciendo cambios en los genitales (tamaño de la próstata, ciclos ovulatorios continuos, ovulación silenciosa y ausencia de estro), un favorecimiento que lleva aneja una penalización evolutiva, me refiero al cáncer genital (Greaves 2002)
Además existe una paradoja ligada a la propia actividad sexual. Si la evolución hubiera querido optar por una forma reproductiva que maximizara el tamaño de las poblaciones seguramente hubiera optado por la formula reproductiva de los himenópteros. Las abejas comunes no se reproducen (sólo la reina pone huevos), siendo los zánganos los machos y las obreras las hembras. Los zánganos nacen de huevos fecundados, mientras las obreras son el resultado de huevos no fecundados, es decir las hembras no tienen padre. Si la naturaleza hubiera optado por agrandar el tamaño de las especies seguramente hubiera optado por una estrategia similar a la de las abejas, dado que los machos son superfluos para "poner huevos". Una estirpe que procediera de una supuesta especie donde sólo las hembras se reprodujeran (partenogenéticas) podría crecer de un modo mucho más rápido - aproximadamente al doble de velocidad-  que las especies que se reproducen sexualmente sin que además asumieran ninguno de los riesgos de la reproducción sexual. Sobre las estirpes sexuales pesa lo que Maynard Smith ha llamado "el coste de los machos".
Algo debe fallar entonces en el argumento anterior si la evolución optó al final por la reproducción sexual otorgándole al sexo una importancia central y asegurándose de que el acoplamiento sexual sea continuo, placentero y vinculado al apego y al vinculo. Pero es que además y simultáneamente parece que se ha asegurado de que no todos los individuos se reproduzcan y que lo hagan además en un número asumible de embarazos o nidadas para compatibilizar sus tareas de nursing con las propias tareas reproductivas. Además ha introducido riesgos en el acoplamiento (los animales cuando se acoplan corren un doble riesgo de ataque) y premios derivados de la agresión (la reproducción con frecuencia es el premio de ser agresivo con los congéneres).
Este balance de cuidados y reproducción al igual que la distribución de esterilidad entre la población es ajena a la intencionalidad individual: se realiza al azar, si entendemos que el azar precisa de mecanismos fisiológicos que hagan posible aquella esterilidad o esta regulación de un numero determinado de hijos.
Si el azar tuviera sentido, que no lo tiene, distribuiría de un modo equitativo las cargas y permitiría a los humanos tener el numero de hijos que mejor se acoplara a sus potencialidades de maternaje, dado que el azar carece de sentido pero no está desposeído de cierta intencionalidad lo que hará será distribuir genes esterilizantes entre la población, genes mutantes que podrán aparecer antes o después de una determinada edad, pero que aparecerán de un modo u otro según envejezca la misma. Antes o después, pero de cualquier manera, el hombre está programado para acabar siendo estéril, bien de un modo progresivo como sucede en el macho o bien de un modo abrupto como sucede en la hembra, como está programado para morir con enfermedad o sin ella.
Con todo tampoco todos los animales se reproducen, aunque en ellos no se conocen mecanismos tan complejos como los que observamos en el hombre. Así no pueden descartarse del todo mecanismos iguales: la homosexualidad como los celos no pueden atribuirse a los animales, pero existen modelos donde podemos observar conductas similares a las homosexuales entre ellos, así como otras conductas parecidas al celibato, la timidez o la retirada reproductiva.
EL ÁGORA Y LA ARENA
Parece tratarse de una constante etólogica: los machos compiten entre si por copular con todas las hembras que les sea posible. Y lo hacen siguiendo rituales complicados y periódicos relacionados con el estro de las hembras, lo hacen a través de paradas.
Una parada es aquella parte del territorio destinada al apareamiento, no se trata de un lugar físico y común para todas las especies, es probablemente más un hito temporal que un espacio. La parada se efectúa para el lucimiento- demostración de los machos a fin de ganarse la cópula con un buen número de hembras. Para ello se disponen en el centro de la manada, un orden cerrado que nos recuerda a una parada militar, la arena, el lugar de la demostración y el desafío, mientras las hembras contemplan las peleas a distancia con disimulado interés y los machos adolescentes quedan en la periferia del rebaño, el ágora. Contrariamente a lo que sucede en las especies donde las hembras eligen a sus parejas, podemos afirmar que el ritual de la arena sólo es posible ser observado en aquellas especies donde es el macho el que elige, el vencedor.
Quien haya ido a una discoteca con ánimo etológico habrá caído en la cuenta de hasta qué punto los seres humanos en determinados lugares nos comportamos como rebaños de ñus. Quizá los más sagaces hayan observado como el centro (la pista de baile) es ocupada, después de vencer ciertas timideces iniciales por los más demostrativos de los individuos, mientras los más tímidos permanecen en la barra (el ágora) observando a los bailarines y escrutando sus intenciones de apareamiento. Con excepción de las peleas (que a veces también pueden darse en esos lugares) todo está dispuesto para la parada, con una salvedad: a diferencia de los ñus, son las hembras humanas las que se exhiben en el centro, mientras los machos permanecen a la expectativa. Esta diferencia que ya he señalado en otro lugar me parece pertinente ahora obviarla en tanto que mi argumento va en la dirección de señalar que en los animales la competencia entre machos es decisiva para reproducirse, dado que el establecimiento demostrativo de un determinado rango/territorio es absolutamente necesario para que un macho sea elegido por un puñado de hembras para prestarle sus favores sexuales. Por más sutiles que podamos resultar los humanos podemos concluir que tanto en los animales como en nosotros, el alarde tiene como finalidad no sólo la seducción de las hembras, sino también la de espantar al resto de los machos, dado que los machos- conviene no olvidarlo- compiten por todas las hembras contra todos los machos.
Seducción y alarde se contrabalancean en cualquier parada sexual, dando oportunidades a los teóricamente más fuertes o a las más pizpiretas y seductoras.
Alardes de trote, de vuelo, de plumaje, de graznidos o de danzas en ellos y seducción mediada por la huida, la retirada o el aplazamiento en ellas, establecen un ritual poderoso que opera como juegos precopulatorios, necesarios tanto para ellas - comprobar la destreza del macho- como para ellos: comprobar la disponibilidad sexual de la hembra o que no está embarazada, un error que podría llevarle - al macho- según en qué especie a cargar con los hijos de otro macho (Dawkins 2000) y lo peor: cargar con una hembra no disponible sexualmente.
 Estos alardes intimidatorios alejan a aquellos individuos tímidos que no se sienten en condiciones de competir: bien porque prefieren esperar una oportunidad mejor, bien porque no se encuentran maduros para el sexo en su dimensión mas competitiva, bien porque son demasiado miedosos. Algunas veces se han interpretado estas conductas en clave altruista: algunos individuos prefieren cuidar de la prole ajena y renuncian a reproducirse. Personalmente no creo demasiado en esta teoría, sino que creo más bien que la reproducción en la naturaleza es un premio que la evolución concede a los más dotados que en su constante alardeo de fuerza y seguridad logran espantar al resto de sus potenciales competidores al ágora, a un lugar alejado del centro, donde permanecerán durante toda la marcha de la manada a través de la sabana, resultando una presa fácil para cualquier depredador.
Ser vencido es pues peor que no competir, dado que nadie puede saber cuales son las potencialidades del macho tímido que no pelea o alardea y se mantiene a la expectativa. Todo individuo se manifestará en relación con su programa cerebral de apareamiento, un programa que muchas veces aconseja esperar a adquirir determinadas destrezas en la pelea o un tamaño que por si mismo pueda resultar amenazante. En otras ocasiones asumir el riesgo de sufrir daños puede ser la estrategia mejor para quedarse con los bienes del macho dominante. En otras, la prudencia aconsejará esperar a que otro tome la iniciativa por sí mismo y quedar al acecho para  el reparto del botín.
Apaciguar a un macho dominante puede parecerse mucho a una conducta homosexual y de hecho muchos machos de diversas especies lo hacen: la sumisión desactiva la agresividad "paranoide" de los machos dominantes tanto si es ejercida por una hembra u otro macho. En ocasiones, el macho dominante no tiene forma de conocer el sexo de su congénere, al que acabará reconociendo precisamente por su cualidad sumisa como una hembra, lo que inmediatamente desactivará su agresión (Lorenz 1971). En situaciones de cautividad o de escasez de hembras pueden verse conductas similares a las homosexuales, sobre todo en el nivel demostrativo que no terminan en coito sino que constituyen una especie de simulacro. Otras veces el vinculo amistoso entre dos machos puede reportarles a ambos beneficios en el rango social, una amistad que muchas veces podemos confundir con homosexualidad. Lorenz ha descrito en gansos amistades inseparables que intentan copular sin éxito, pero que aun así, tal imposibilidad no termina con la amistad previa e incluso tiene evolutivamente hablando algunas ventajas: una pareja de machos siempre prevalecerá sobre cualquier pareja heterosexual siempre y cuando no renuncien a reproducirse.
La dificultad como siempre reside en el hecho de que la conducta homosexual humana es demasiado compleja para reducirla a una mera demostración de nalgas en simios sumisos destinados a aplacar la agresividad de un dominante o en los intentos fallidos de copula entre dos gansos amigos. Como cuando buscamos modelos de depresión en animales nos encontramos con el dilema de que la etología sólo nos ayuda a medias, no parecen existir modelos concluyentes acerca de las conductas o de las reacciones complejas como la tristeza y por supuesto: ningún animal enloquece en el sentido humano del termino, no existen modelos animales de esquizofrenia.
Todo lo cual no presupone que no podamos conformarnos con esas estructuras comportamentales intermedias que de alguna manera nos puedan servir como modelo aproximativo para el estudio de una determinada conducta por muy humana y compleja que esta sea.
Para eso construimos simulaciones.
Vamos a construir una simulación para entender mejor la conducta homosexual y la propia dinámica de la simulación. Supongamos una comunidad humana primitiva de 40 personas, la mitad de ellas 20 son hembras y la otra mitad machos. Supongamos que de esos machos existen 4 homosexuales, siendo el resto heterosexuales. Estos heterosexuales 16, podrán formar 320 parejas distintas entre las 20 mujeres disponibles. Sin embargo estos 4 homosexuales solo podrán formar 6 clases distintas de pareja. Podríamos concluir que desde el punto de vista de sus posibilidades de elección la homosexualidad sería una estrategia evolutivamente penalizada en relación a la heterosexualidad dado que restringe las posibilidades de elección. Para hacerlo más claro; 4 hombres heterosexuales pueden formar 16 parejas con otras tantas mujeres heterosexuales, mientras que 4 homosexuales sólo pueden formar 6 parejas entre sí.
A continuación vamos a considerar las ventajas y desventajas individuales que podrían corresponder a ambas conductas a las que vamos a asignar un puntaje evolutivo concreto para ver si existe ganancia o perdida en cualquiera de ambas estrategias: la heterosexual o la homosexual. Al objeto de hacer sencilla mi exposición voy a considerar solamente cuatro parámetros, siendo sus puntajes arbitrarios:
1.- La aceptación social, a la que daremos un puntaje de 5 o -5 según exista ganancia o perdida.
2.- La reproducción, a la que daremos 10 o -10 puntos según haya ganancia o perdida genética.
3.- La rivalidad sexual, la puntuaré 5 o -5.
4.- Las cargas reproductivas 5 o -5
Para un heterosexual sus ventajas estarán relacionadas con una mayor aceptación social de donde anotaremos 5 puntos, y 10 puntos de la reproducción que asegura la presencia de sus genes en la generación siguiente. Como desventajas de su heterosexualidad anotaré la rivalidad sexual -5 y las cargas reproductivas -5. De donde se deduce que el valor de la estrategia heterosexual según esta simulación daría como resultado un  total de 5 puntos.
Para un homosexual sus ventajas teóricas procederán de no tener cargas reproductivas lo que representa 5 puntos, ni necesidad de rivalizar con otros y la posibilidad de resultar dañado, 5 puntos. Sus desventajas procederán de que no logrará reproducirse -10 puntos y una presumible inaceptación social que puntúa -5. Todo lo cual da una suma total de -5 puntos.
Lo que vuelve a dar ganancia a la estrategia heterosexual con respecto a la homosexual. Pero entonces, si la homosexualidad resulta tan desventajosa ¿por qué la conducta homosexual no se ha extinguido del catálogo de elecciones sexuales en la especie humana?
Siguiendo con la simulación podríamos empezar a hacernos preguntas que proceden de la complejidad real de la conducta humana y no tanto de modelos cerrados de simulación matemática. ¿Suponiendo que la homosexualidad fuera una identidad, qué sucedería si un homosexual decidiera disimular su homosexualidad y vivir como un heterosexual?
En principio podemos suponer que podría evitar el engorro de ser rechazado socialmente, lo que le daría 5 puntos más en relación con su anterior contaje, quedando a sólo 5 puntos de diferencia de los heterosexuales. Si además de esto lograra reproducirse podría contar con 10 puntos de éxito reproductivo y con los -5 de sus cargas de crianza igual que sucede con los heterosexuales empatando con ellos en cuanto a ventajas y desventajas. Si lograra además eludir la rivalidad sexual (haciéndose el homosexual con los hombres pero no con las mujeres) podría incluso vencerlos en el contaje total que llegaría a 10 puntos, 5 más que la variante heterosexual.
Dicho de otro modo sólo la homosexualidad absoluta daría desventajas en términos evolutivos, mientras que la homosexualidad disimulada reportaría a los que siguieran esta estrategia ventajas sobre sus congéneres heterosexuales. Este tipo de estrategias no son en absoluto excepciones al menos en las sociedades humanas y quizá sean una explicación del porqué en determinadas sociedades la masculinidad asignada se adjudica a aquellos hombres que han sido capaces de copular tanto con mujeres como con otros hombres. Sin irnos demasiado lejos en términos antropológicos es posible suponer que la aceptación social de la homosexualidad en la Grecia clásica puede proceder de la convicción de determinadas sociedades de que dar un valor positivo a la homosexualidad entre los adolescentes además de asegurar una cierta pedagogía directa de maestro a discípulo puede protegerlos de una escalada marginal si su identidad se establece a partir de una homosexualidad en exclusiva. Los devaneos del eromenos (adolescente) y el erastés (adulto) reproducían en la Grecia clásica el "orden de picada" que observamos en los simios, una estrategia social destinada mediante el ritual a recordar la jerarquía social y a condenar la pasividad sexual que es desplazada hacia abajo en la jerarquía social.
La estrategia bisexual, aquella que es capaz de combinar actividades sexuales tanto heterosexuales como homosexuales, ejercida en periodos de tiempo concretos o bien llevándolas a cabo simultáneamente puede eludir las desventajas atávicas de los machos - la competencia feroz por las hembras- aunque siempre favorecerá a los machos en relación con las hembras que por muy bisexuales que sean no pueden desprenderse de la "cruel atadura" ligada al nursing. Quizá este hecho explique que la homosexualidad sea más frecuente en los hombres que en las mujeres. Ellos, sin embargo, podrán mediante estrategias de bisexualidad lograr compatibilizar su "retirada altruista" con las ventajas directas de los heterosexuales: el éxito reproductivo. Si se lograra extinguir, además el rechazo sexual frente a las conductas homosexuales el éxito evolutivo de la misma está asegurado y quizá explique la persistencia de esta conducta, con independencia de sus causas fisiológicas y su no transmisión directa a través del patrimonio genético, efectivamente un homosexual tiene la misma posibilidad de tener un hijo homosexual que la población general.
Es difícil encontrar un homosexual que no haya tenido nunca una experiencia heterosexual aunque sólo haya sido para "someterse a prueba". Todo parece indicar que las tienen y es quizá el tiempo y la edad los que configuran su predilección hacia las actividades homosexuales exclusivas. Hablamos entonces de homosexualidad absoluta, un estado que lejos de ser innato se debe a factores ambientales y a refuerzos y evitaciones constantes y que no se conoce entre los animales que practican la homosexualidad como los primates. Mi opinión es que la homosexualidad no puede tener un origen genético, sino quizá epigenético, en relación con la sexuación del cerebro en estado fetal. Aun así no todas las homosexualidades pueden explicarse merced a este mecanismo, en este sentido conviene no olvidar que lo que está determinado genéticamente es el sexo y quizá el tamaño de determinadas estructuras cerebrales ligadas al apareamiento.
La paradoja de tal argumento es que el modelo gay de homosexualidad, que es el modelo hegemónico en las sociedades opulentas de intercambios homosexuales, pudiera extinguir la homosexualidad si se llevara hasta sus últimas consecuencias, es decir si se constituyera en una elección absoluta y exclusiva, dado que las supuestas ventajas evolutivas derivadas de la evitación de la agresión agonística (intimidatoria) no tendría premio evolutivo, es decir sería extinguida del patrimonio genético de la humanidad.
Por otra parte la orientación sexual no viene determinada genéticamente, y participa de los aprendizajes sociales o ambientales, en  parte es una creencia. La identidad sexual por el contrario es una absoluta creencia, por eso una persona puede ser un macho genética y genitalmente y sostener que es una hembra en un cuerpo de hombre.
Una de las características que tienen tanto las orientaciones homo y heterosexuales es que pueden alternarse, son intercambiables, a diferencia del sexo genital que es inmutable. Lo mismo sucede con el celibato y el matrimonio, hoy estoy soltero y mañana puedo estar casado. También sucede lo mismo con la fe y la razón, puedo tener fe en Dios y al mismo tiempo dar clases de matemáticas en la universidad, no hay, aparentemente, contradicción.
Sólo cuando la homosexualidad y la heterosexualidad se constituyen en conductas antagónicas es cuando pueden aparecer los problemas. Su mutua exclusión se transforma en homofobia o en "orgullo gay". El celibato deja de ser un estado intercambiable y se convierte en una prescripción avalada por instituciones y sus guardianes: los sacerdotes que tratan de fomentarla entre los jóvenes. La fe se convierte en fanatismo ciego y es entonces cuando se excluye la razón, resuelve ser impermeable al raciocinio, es entonces cuando se convierte precisamente en invulnerable.
Es precisamente este sentido de invulnerabilidad lo que confiere al meme un estatuto de replicante cultural, su valor añadido de creencia fanática y la clave de su persistencia. El meme como el gen no persigue otra cosa sino su propia supervivencia, saltando de ser vivo en ser vivo en busca de cerebros donde instalarse como un virus informático..
No podemos cerrar los ojos frente al hecho de que la homosexualidad o el celibato electivos, bien sea para consagrarse a una tarea reformadora, política o con más frecuencia religiosa, es un meme antagónico al matrimonio (o a la pareja reproductiva) que es el lugar donde operan los replicadores genéticos. Podemos observar en estos casos como la selección natural opera no sólo con los genes sino también con determinados memes que "inhiben", -como el gen inhibe a sus alelos competidores - determinadas conductas genéticamente determinadas. No es baladí que los sacerdotes sean célibes, dado que son los propagadores del meme del celibato que de otro modo carecería de interés para aquellos que buscan en el sacerdocio una oportunidad para sus conductas desafiliativas y no reproductivas.
Con independencia de que los gays o los sacerdotes reclamen para si un estatuto civil distinto al del origen adaptativo que sus conductas protegieron durante muchos años, es cierto que si el sacerdocio o la homosexualidad contaran con la protección que el Estado brinda a las parejas reproductivas, determinados programas genéticos derivados de la desafiliación o del escape social quedarían huérfanos y necesitaríamos inventar nuevas trincheras donde retroceder, es decir de nuevas instituciones que dieran cuenta de la necesidad humana de escindirse de su propio grupo social de una manera protectora y culturalmente con sentido.
SEXO SIN CÓPULA
Estamos acostumbrados a hacer equivalentes el sexo y la cópula de tal manera que nos olvidamos de que el sexo copulatorio es una estrategia más de las que la reproducción sexual ha desplegado para llevar a cabo su "propósito" de diversificación de posibilidades génicas, pero que no es la única en la naturaleza ni por supuesto en el hombre, donde ya empieza a vislumbrarse un futuro de embarazos probeta y de nuevos dilemas éticos y jurídicos.
Copular es - efectivamente- un engorro (Bataille 2000), la naturaleza ha tenido que inventar no sólo poderosos rituales de apareamiento y reglas para que se produzca pero además ha tenido que construir dos sexos portadores de gametos distintos a los que se accede de una forma antianatómica, cuando no penosa o dolorosa.
Penetrar a una hembra por muy dispuesta que esté es en algunas especies una tarea que necesita cierta supervisión si no queremos que las arremetidas del macho dejen a la hembra malparada, así sucede con los caballos donde hasta ha sido necesario crear una profesión - la de mamporrero - para ayudar en el coito al potro joven entusiasta pero poco hábil. Lo cierto es que en algunas especies el acceso a la hembra es tan complicado que uno llega a preguntarse por qué la evolución optó por tan magna tarea en la reproducción y no se contentó con universalizar la estrategia de la sepia que pone sus huevos en el agua y es allí en el agua donde resultan fecundados o por la más inteligente del escorpión que en un ambiente menos conductor que el agua, en la arena del desierto compone un pequeño charco y es allí donde eyacula para que más tarde la hembra ponga sus huevos en el lugar adecuado. O la estrategia de las ranas que ni siquiera tienen pene y se limitan a fecundar los huevos que las hembras depositan en el lomo del macho siendo allí fecundados.
La cópula, por el contrario, es un acto intrusivo, teñido muchas veces de tensión y dramatismo y donde el placer no se reparte casi nunca a partes iguales, siendo a veces tan fugitivo y breve que es licito preguntarse el para qué se inventó la cópula y qué ventajas supuso en la evolución de determinadas especies si es que supuso alguna.
Lo que nos lleva a una breve disquisición sobre la selección natural: no siempre una determinada actividad debe ser evolutivamente adaptativa para que demuestre su potencial valor selectivo, a veces una determinada conducta no es sino el resultado de una maladaptación que se transmite por los mismos canales que las buenas adaptaciones, en otras ocasiones la conducta o rasgo estudiado puede ser absolutamente neutra desde el punto de vista de la selección natural.
Es el caso de la copula. En realidad lo que es beneficioso en términos evolutivos es la propia reproducción sexual y no el método elegido en las distintas especies para la ejecución práctica de la misma. Los reptiles iniciaron esa estrategia que llamamos cópula y posteriormente nos la transmitieron a los mamíferos y a las aves, aunque ellos se mantuvieron fieles a su estrategia ponedora de huevos que reduce las cargas del maternaje al embarazo. No se podía hacer otra cosa, dado que la evolución no puede sino mejorar  estrategias antiguas pero no modificarlas desde la raíz. La evolución es un proceso azaroso e irreversible, en el sentido de que no puede operar hacia atrás. Por ser azaroso ensayó una estrategia en Australia y otra muy diferente en Africa, una estrategia animal y otra vegetal, una protozoaria y otra multicelular, una reproducción asexual donde el individuo se replica entero y otra sexual donde lo hace sólo de mitad en mitad, diversificando sus estrategias como el jugador de bolsa diversifica sus inversiones y no arriesga su patrimonio a un solo valor, una conducta que sería de muy elevado riesgo para el inversor.
Por ser irreversible no podemos esperar que la evolución modifique pautas filogenéticamente más antiguas, sino que las recorra en la ontogénesis, las recapitule en cada individuo y las mejore poco a poco en tiempo evolutivo. Por eso los seres humanos estamos condenados a copular a no ser que inventemos otra manera - algo que ya empieza a vislumbrarse - de reproducirnos.
El ser humano ha logrado disociar el amor y el sexo de tal manera que podemos relacionarnos sexualmente con alguien sin amor y más recientemente sin compromisos reproductivos, una disociación de la que pueden beneficiarse tanto hombres como mujeres, pero que es menos prestigiosa entre las hembras que aspiran a una unión monogámica. Además de eso y gracias a su enorme capacidad simbólica el humano ha logrado también inventar el erotismo, algo que se añade en valor de goce a la reproducción y casi siempre a la cópula.
Podríamos definir al erotismo como el sexo sin cópula, aquel que logra sortear el determinismo propio de la especie y va más allá del sexo reproductivo y  a veces también del sexo copulatorio. No es mi intención en este punto del capitulo hacer una recapitulación del erotismo para el que remito al lector a la obra de G. Bataille citada, pero si pretendo hacer notar que todo lo que ha venido en llamarse perversiones sexuales desde el siglo XIX hacia acá y que ahora se encuentra clasificado como parafilias en los sucesivos DSMs, son conductas sexuales ejecutivas sin cópula. Así el sado-masoquismo, puede ser considerado como un ritual que escenifica la agresión sexual sin llegar a consumarla. El fetichismo un desplazamiento del objeto sexual hacia una parte que lo representa simbólicamente. La masturbación, - quizá la forma más frecuente de sexualidad sin cópula- un ritual destinado a dar cuenta por si mismo de la necesaria autoestimulación que con intervención de otro pudiera resultar peligrosa o al menos incompatible con otras pulsiones puestas en juego en la fantasía inacabable de los seres humanos y así sucesivamente: el lector deberá incluir las perversiones de las que tenga noticia para acabar concluyendo que existen personas que optan por vivir una sexualidad sin cópula que si bien puede parecer como la emergencia de una conducta aberrante es en realidad una conducta selectiva, sometida a las mismas leyes causales que cualquier otra y que en mi opinión sólo nos resulta aberrante a partir de nuestra ignorancia de las leyes naturales y que puede llegar a ser tan maladaptativa como el sexo marital reglado.
Demaret llamó a estas conductas "actividades sustitutorias" y Tinbergen las llamó "conducta reorientada". Se trata de actividades sustitutivas de la cópula que pueden darse en los animales del mismo modo que en el hombre. Se ha señalado a la onicofagia, la tricotilomanía y la masturbación como actividades sustitutivas que aparecen siempre que dos pulsiones instintivas aparecen simultáneamente con el resultado de inhibirse mutuamente, como por ejemplo sucede entre la pulsión de huir y la pulsión de luchar o la pulsión sexual y la de fuga. Es entonces en este contexto de duda entre hacer una cosa u otra cuando suele darse la actividad sustitutiva que en el hombre aprovecha programas genéticos arcaicos sobre los que se desarrolla la pulsión concreta. Agarrarse o aferrarse es el programa genético que soportaría la masturbación , como el grooming o despiojamiento sería el soporte de la onicofagia. Con todo para desarrollar este tipo de conductas se han señalado además de la confusión o la duda, la subestimulación o las situaciones de cautividad que son las condiciones donde este tipo de conductas se han estudiado con más detenimiento sobre todo en los simios.
Asimismo Stevens y Price (2000) han señalado que el sadomasoquismo puede explicarse mediante la fusión de dos programas genéticos (Stevensjungiano- les llama arquetipos) distintos como el rango y el reproductivo, una yuxtaposición que podemos encontrar también en la pedofilia (Eibl-Eibesfeldt, 1990). Algunas personas sólo pueden excitarse a través de relaciones de dominancia o sumisión o mediante rituales que escenifiquen una puesta en escena de suspense. El miedo puede operar como una fuente de arousal, como parece demostrar el interés por las películas de terror, así como la fantasía inacabable de los humanos puede suponer una síntesis emocional o condensador cognitivo para dar cuenta de señales diversas procedentes de distintas agencias instintivas que puedan inhibirse entre sí, como sucede frecuentemente en los animales en cautividad o sometidos a infra o sobreestimulación.
El fundamento nuclear de que algunas personas elijan estas actividades preferentemente en lugar de otras es que la copula, en realidad el sexo es una pulsión autónoma que sin embargo se presenta siempre acompañada de otras pulsiones como la agresión, el miedo y sus derivados culturales o arcaicos: la fascinación (la duda entre huir o entregarse) y la reacción de fuga (para acabar siendo alcanzada por el perseguidor). La cópula está pues teñida de otros aspectos instintivos distintos a la propia intencionalidad de reproducirse al menos en el hombre, no puede extrañarnos pues que la copula de miedo, repugnancia o resulte agresiva o humillante y más allá de eso que la confrontación con individuos del sexo opuesto se halla teñida de temor, por no hablar de las prohibiciones culturales o religiosas que se han adherido a la sexualidad desde tiempos remotos y que le han añadido inevitablemente un tinte de transgresión contra lo sagrado, complicando un sencillo análisis evolutivo
Por  eso existen pues las parafilias, que son más frecuentes en el sexo masculino y tienen que ver con sus programas reproductivos cuando resultan inhibidos por otras pulsiones interpuestas, en realidad rituales que tratan de exorcizar el miedo a la cópula, bordeándola desde fuera. Así en el sado-masoquismo, una amenaza proyectada, es mediante un comportamiento ritualizado cuyo propósito es profundizar en la asimetría entre la pareja y exorcizar el miedo o en el fetichismo donde el objeto sexual es desplazado por representación hacia una parte cualquiera, a un objeto neutral relacionado por vecindad que logra cosificar la relación y por tanto convirtiéndola en algo inerte.
Y es natural que así sea. La agresión y la sexualidad se encuentran emparentadas en el coito, por razones de la propia mecánica sexual y de los rituales que la preceden y además por razones filosóficas profundas que no me comprometo a nombrar de una forma exhaustiva.
La sexualidad puede - subjetivamente - ser sentida como una pérdida, no sólo del propio genoma sino del deseo de inmortalidad que acompaña al individuo de principio a fin de su vida. La reproducción sexual se basa en una pérdida la mitad del genoma, que desaparece con la recombinación, a diferencia de las células asexuales como las cancerosas o las esporas que son inmortales. Por esta razón sexo y muerte se encuentran emparentados metafísicamente, además de que el lector hallará en otros artículos, sobre todo en aquel que examina la agresión las razones por las que la selección natural ha desarrollado paralelamente la agresión en compañía de la sexualidad, como un mecanismo más de adaptación al medio.
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[1] Trastornos alimentarios como una forma de presión evolutiva
[2] Aquella ovulación que no se caracteriza por una especial predisposición sexual

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