PROGRAMAS REPRODUCTIVOS Y ESTRATEGIAS SEXUALES NO
REPRODUCTIVAS
La
reproducción sexual representa un hito evolutivo desde el punto de vista de la
supervivencia y diversificación de los genes individuales que evolucionó a
partir de la isogamia y la progresiva especialización de algunas células (las
más grandes) en nutritivos gametos femeninos mientras que las más pequeñas -
las masculinas dotadas de flagelos- se especializaban en el movimiento. El
éxito de la reproducción sexual está relacionado con la singular manera en que
los genes del macho y la hembra se barajan para formar un nuevo ser, que aun
siendo hijo de ambos progenitores no era idéntico ni al uno, ni al otro. La
reproducción sexual supone una pérdida del 50% de los genes en cada progenitor
y aun así esta forma de replicación se encuentra ampliamente implantada y
consolidada en la naturaleza debido a que la recombinación asegura la óptima
dispersión de genes débiles o mal adaptados y el predominio de genes fuertes -
mejor adaptados- en la siguiente generación. Mas que eso, representa la forma
de diversificación más potente de todos los rasgos genotípicos de ambos
progenitores, una revolución que implicó tanto al reino animal como al vegetal,
representando el éxito de las fanerógamas una simetría con la sexualidad de los
animales.
En
este articulo voy a hablar de la sexualidad desde el punto de vista de la
maquina intencional que da cobertura no sólo a sus propios genes heredados en
partes iguales de sus padres, sino a sus propios planes individuales con
respecto a la procreación, el apareamiento y también de sus fracasos,
decepciones y averías. Intentaré además relacionarlo con la psicopatología y la
conducta humanas.
Los
genes carecen de planes, se limitan a desplazar a sus alelos rivales y a disponerse
después de la meiosis para ocupar el mejor puesto de salida en la fusión sexual
de ambos gametos. La reproducción sexual se realiza al azar, en el sentido de
que un gameto masculino cualquiera y distinto a los demás alcanzará al óvulo
depositado en las trompas de Falopio, aunque ese espermatozoide y ese óvulo ya
hayan "decidido" en la meiosis el "barajado" idiosincrásico
que les diferenciará de otros espermatozoides y de otros óvulos. Todo
espermatozoide y todo óvulo son diferentes de los demás: se trata de una
combinación única y de su fusión resultará un ser que además será completamente
distinto, irrepetible a cualquier otro ser que pudieran concebir esos mismos
progenitores. Las combinaciones son pues infinitas.
Estos
genes, después de la fecundación dirigen el proceso de formación del embrión,
dedicados en exclusiva a una tarea arquitectónica y de crecimiento celular
formidable que no se detendrá hasta la adolescencia: el momento en que se deja
de crecer de una forma programada. Es entonces cuando la maquina sexual
comienza a dar señales de vida y lo hace a partir del comienzo de un programa
metabólico que pone en marcha con la secreción de hormonas sexuales, mensajeros
químicos que informan a todo el organismo que ha llegado el momento de aparearse
preparando al testículo para la formación de espermatozoides, al ovario para la
producción de óvulos y a las glándulas suprarrenales para que viertan una
segunda vía de síntesis de hormonas sexuales que afecta en realidad a todo el
organismo desde el eje hipofisario-tiroideo-gonadal..
En realidad las hormonas no son sino
una señal de que el juego puede empezar, pero ¿de qué juego se trata?
Se trata de un programa innato, de un
programa genético que induce al apareamiento y al cuidado de las crías. Un programa
asimétrico que se encuentra asentado en las especies superiores de una forma
desigual entre machos y hembras, siguiendo la misma lógica de especialización
que dividió a los gametos en femeninos, aquellos grandes, escasos, inmóviles,
nutritivos y altruistas, de los masculinos, pequeños, abundantes, móviles,
egoístas y no nutritivos que requieren para esta movilidad de un medio
abundante en azucares de donde obtener la energía para su movilidad.
Un
programa desigual que induce distintas conductas según el individuo portador,
haciendo de los machos seres errantes y promiscuos, dedicados periódicamente -
según el celo de las hembras- a una continua búsqueda de coitos y
apareamientos, cuanto más numerosos mejor y de las hembras una conducta
adaptada sobre todo al maternaje, vinculado en ellas de una manera inexorable
con el propio apareamiento.
Una
relación desigual que incidirá notablemente en las conductas gregarias de las
hembras y de las relaciones de los machos entre sí.. Machos y hembras pueden
optar y de hecho optan en muchas especies por la promiscuidad, como en otras
optan por harenes y en otras por la monogamia, sólo que la "cruel
atadura" (Trivers) en los vivíparos penaliza a la hembra con embarazos
periódicos de una cría que nace y crece en su propio vientre y que no puede
delegar en otros para su crianza..
La promiscuidad sin embargo no solamente penaliza
a las mujeres sino también a los machos con bajos niveles de testosterona que
no podrían competir con “los machos viriles” al poseer aquellos mayor volumen y
movilidad espermática
Una lógica de las máquinas sexuales que parece
replicar absolutamente al egoísmo de los genes: en los machos replicarse lo más
posible y tratar de pasar a la siguiente generación el mayor número de genes
propios, de igual modo sucede en la hembra con el handicap de que ella debe
hacer un balance entre el número de hijos y cuidados, aunque la cuestión
reproductiva la tiene asegurada desde que llega a la pubertad así como la
titularidad de sus genes en sus hijos.
Aunque
las hembras tienen una penalización evolutiva en cuanto a las cargas de "nursing"
tienen dos beneficios suplementarios: no tener que rivalizar demasiado para
reproducirse, más el beneficio de saber con absoluta certeza de que sus hijos
son suyos, que pertenecen al linaje de sus propios genes.
Una
certeza que los machos no pueden
tener, mientras la maternidad es una certeza, la paternidad se produce por
tanteo, ningún macho puede estar seguro de que en los hijos de su mujer
sobrevive su linaje genético.
El
plan del macho es pues asegurarse el mayor número de coitos, con el mayor número
de hembras a fin de conseguir en esa lotería genética un buen lote de crías
suyas. Aunque sólo con esto no es suficiente, precisa además de otra estrategia
que le asegure que sus hembras no copularán con otros machos, porque de ese
modo ¿cómo discriminar a sus hijos de los hijos de otros?
Si
la hembra está atada por la crianza de sus crías, la atadura del macho no es
menos despreciable: necesita asegurarse un buen harén de hembras con las que
copular en exclusiva y mantener a los intrusos a distancia. Generalmente en las
especies organizadas en harenes los machos logran este objetivo mediante la
adquisición de un determinado rango
y a veces y además mediante el control de un determinado territorio.
Rango
y territorio no son equivalentes en todas las especies. El rango asegura el
acceso a las hembras generalmente en especies nomádicas
que tienen que desplazarse constantemente en busca de pastos. El territorio por
el contrario no implica necesariamente un rango determinado, de hecho son
varios los machos dominantes que comparten un determinado territorio y que
comparten además hembras y recursos alimentarios defendiéndolo en grupo frente
a los intrusos. Por otra parte entre las especies que se jerarquizan por el
rango exclusivamente y que no poseen territorios privativos serán varios los
machos que se lograrán reproducir aunque ocuparán lugares distintos en el
rebaño o la manada, usualmente los machos dominantes y de superior rango ocuparán
el centro, mientras los adolescentes y los machos de menor entidad se
instalarán en la periferia junto con sus propios harenes, siendo por tanto más
vulnerables a los ataques de los depredadores. Hasta en los animales nomádicos
existe una perfecta geometría en el orden de marcha de la manada tal y como ha
señalado Hamilton (Hamilton 1971). Por otra parte la ordenación mediante el
rango parece ser una estrategia de edades mas avanzadas que la ordenación por
el territorio que más bien parece ocupar a los jóvenes, algunos autores han
señalado esta especial cronobiología en relación con la aparición en humanos de
diversas patologías como la psicosis maniaco-depresiva de inicio más precoz o
la paranoia de inicio tardío (Demaret, 1983)
Todo
parece indicar que en cada especie los apareamientos se realizan merced a
programas atávicos seleccionados por la evolución como los más idóneos y no son universales. Así, en algunas
especies las hembras pueden preferir al macho de mayor rango y en otras pueden
preferir a aquel que disponga de un territorio propio o la habilidad ejecutiva
para confeccionar un nido o una madriguera propios. En otras, las hembras
pueden preferir a otro macho por la gracia en sus devaneos o por el rango que
ocupó su madre en la manada. Incluso podemos observar parejas inseparables con
un vínculo muy parecido al amor humano. Exceptuando a los elefantes marinos que
son los animales más territoriales que se conoce en la naturaleza, podemos
inferir que no es necesario ser un macho dominante para reproducirse, pero que
también, no todos los machos lograrán reproducirse y aun más: casi todos los
machos son desde el punto de vista reproductivo, superfluos. Algo así sucede en
las especies con una organización social matrilienal,
como los elefantes o las hienas, aquí no sólo desaparece el dimorfismo sexual
sino también las oportunidades de coito para un buen número de machos.
En realidad no hace falta que todos
los machos se reproduzcan. Que una especie tenga un 50 % de individuos machos y
un 50% hembras es una estrategia destinada a contener la natalidad más que a
propiciar los nacimientos como ya veremos más adelante. Desde el punto de vista
genético unos pocos machos podrían "dar cuenta" de ese mayor número
de hembras En este sentido la mayor parte de los machos son superfluos. De
manera similar el orgasmo es en la hembra superfluo, todo parece indicar que
una vez más la naturaleza ha desplegado un dimorfismo sexual con una base
anatómica común (la placa motora del bulvocavernoso) que en el macho se ocupa
de la eyaculación y en la hembra sólo del orgasmo. La muerte neuronal selectiva
de las neuronas de la placa del bulvocavernoso puede ser la responsable de las
disfunciones sexuales en la mujer y también de la eyaculación precoz en el
hombre. Todo parece indicar que la evolución ha preservado sobre todo la
eyaculación.
Pero
tanto los machos de mayor rango como aquellos que tengan un territorio propio,
puede decirse que tienen los días contados, en el sentido de que acabarán
siendo derrotados por otros machos más jóvenes y más fuertes y terminarán sus
días como machos periféricos, excluidos de su comunidad y exiliados hacia la
soledad del borde de la manada o a campo abierto, el ágora, el lugar de más
peligro para resultar ser presa fácil, aunque habrán conseguido pasar más genes
suyos a la posteridad y con ellos los programas de territorio y rango.
Todo
lo cual indica que el programa reproductivo se ha organizado y especializado en
una amplia gama de estrategias sociales destinadas a lograr una cierta especificidad
en la reproducción, mediada por la rivalidad entre machos (rivalidad
agonística) que compiten entre sí por poseer y mantener en exclusiva un amplio
número de hembras disponibles, demostrando su fortaleza no solamente en los
duelos o en la continua intimidación de los rivales sino defendiendo a la
comunidad de los intrusos con malas intenciones. Es muy importante comprender
que el rango de un macho procede de su potencial capacidad de disuadir a los
merodeadores y no sólo de su capacidad de alardear contra sus congéneres, una
distinción muy importante para
comprender como funciona la selección sexual, que no distingue tan sólo las
fanfarronadas contra los iguales sino acaso una preferencia en la eficacia en
cuanto a mantener a buen recaudo las incursiones de los intrusos de la misma o
de otras especies. Es importante saber que
cuando desaparecen los depredadores externos en una especie determinada
la evolución cambia de dirección y favorece una selección mediada por la
agresión intraespecífica, eso mismo parece estar sucediendo con el hombre.
En
este orden de cosas no todos los machos se reproducirán, pero los que lo hagan
serán seguramente los más fuertes, los más hábiles o los más astutos y lograrán
un mayor éxito genético. Las hembras, sin embargo, todas se reproducirán
exceptuando a las estériles o a las menopáusicas, sin tener que consumir en
esta tarea ningún recurso extraordinario, más allá del cuidado de su progenie.
Existe además una correlación entre el tamaño de
los testículos y la promiscuidad. O el numero de parejas de una hembra contadas
de nacimiento en nacimiento, así entre los simios el gorila parece ser el
animal más monógamo con 1 pareja por nacimiento, mientras los chimpancés tienen
3.7 parejas por nacimiento. La mujer ocupa un lugar bastante discreto con 1.1
parejas por nacimiento, aunque nuestra organización social es mas parecida a
los chimpancés que a los gorilas o a los orangutanes que son solitarios y
promiscuos.
Si
prosiguiéramos estudiando evolutivamente las costumbres organizativas de
distintas especies nos encontraríamos pronto con otra estrategia evolutiva que
cuenta con un gran número de seguidores, sobre todo en la especie humana, me
refiero a la monogamia, sobre la que ya hablé en un articulo anterior cuando me
refería a la rivalidad entre hembras de la especie humana compitiendo por
machos domésticos[1]. Lo
que me interesa recordar en este momento es la asimetría que organiza tanto las
conductas de los machos como las conductas de las hembras y que intentaré
reconducir en el próximo epígrafe que tratará de una de las averías más
frecuentes de los programas reproductivos y que tienen que ver con los celos.
Intentaré vincular los celos a estos conceptos de rango y territorio para los
machos y de monogamia para las hembras.
Los
celos entre hombres y mujeres no son decididamente iguales: sus averías no se
distribuyen al azar, sino que siguen un orden podríamos llamar de lógica
genética. En todas las culturas se ha descrito con distintos sesgos ligados al
sexo, parece haberse llegado a la conclusión de que los celos masculinos
inducen una mayor agresividad (Daly et al 1982) y que también se inscriben en
patologías más graves que los celos de las mujeres. Es difícil por no decir
imposible que exista un delirio de celos en una mujer que haga albergar dudas
acerca de su linaje genético (aunque si existen delirios afiliativos).
No he visto nunca un caso así, me refiero a una mujer que delire diciendo que
sus hijos no son sus hijos, aunque he visto casos en que las pacientes dicen
ser hijas de personas distintas a sus padres, siempre de rango o estatus
superior. Sin embargo este delirio es bastante frecuente en los hombres.
¿Existe alguna diferencia entre los celos de los hombres y las mujeres? ¿Qué
puede aportar la psicopatología evolutiva?
Ni
el rango o el territorio por si mismos pueden asegurarle al macho una certeza
100% de que su estirpe ha sido preservada. Ni siquiera el hombre moderno puede
albergar la absoluta certeza más allá de los consiguientes análisis genéticos.
¿Qué hizo pues la evolución para liquidar en el hombre el modelo de
rango/territorio?
Nada
más y nada menos que inventar la monogamia y la confianza, lo que dejó el
camino abierto para la infidelidad y la desconfianza, contraestrategias
evolutivas que también se preservaron genéticamente, desparramándose en genes y
programas distintos.
CELOS, RANGO, TERRITORIO Y
MONOGAMIA
No
hay manera alguna de saber si los animales tienen celos, aunque nuestra
tendencia antropomorfa nos hace señalar determinadas conductas bizarras entre
nuestros animales domésticos con ese nombre, lo que es seguro es que este
sentimiento es muy frecuente entre los humanos y que también: se trata de una
reacción atávica, disadaptativa para el hombre de hoy.
Autores como Dickermann sin embargo
proponen que los celos humanos pueden entenderse bajo la misma perspectiva que
la defensa que un macho ejerce sobre su harén de hembras, con las que se aplica
"como si" tuviera celos, es decir empleando la fuerza o los alardes
en el control de la conducta de aquellas o de los potenciales rivales.
Todo
parece indicar que esta conducta fue adaptativa en un cierto tiempo y que ha
terminado por hacerse inadaptativa y disfuncional en un mundo donde el linaje y
la filiación ya no tienen ninguna importancia y donde la fidelidad o
exclusividad de por vida en la pareja ha pasado a convertirse en un ideal
romántico.
Este
tipo de conductas maladaptativas persistentes han sido denominadas por Mc Guire
y Troisie "genoma lags",
(o basura genética) desfases en la evolución de la emergencia de nuevas
propiedades en el sistema de apareamiento (en este caso un sentimiento nuevo)
que en su momento lograron un salto evolutivo, en este caso desde el rango o
territorio hacia la confianza mutua. Una confianza que el macho - sobre todo de
aquellas especies donde la fertilización se produce en el interior de la
hembra- no puede tener al 100 % lo que puede llevarle a una conducta de
desconfianza celosa (Daly el alter, 1982)
.
Es muy arriesgado denominar determinadas conductas animales con sustantivos
complejamente simbólicos como son los celos que conocemos en las respuestas
humanas. Lo más correcto sería utilizar nomenclaturas distintas para los
animales y para las personas aunque es lícito señalar sus vínculos y
relaciones. Por ejemplo los perros domésticos suelen señalar continuamente sus
territorios mediante la orina, por más que esta conducta esté obsoleta desde el
punto de vista de su hábitat actual que suele ser un piso en una ciudad
habitada por humanos. Orinar las farolas, o los automóviles cuando sale a la
calle puede entenderse como una conducta de señalización maladaptativa en el
sentido de que en su entorno actual no le sirve para nada. La persistencia de
este programa empero mostraría su utilidad si el perro volviera a su ambiente
inicial. Es indudable que en este caso podemos aplicar también el sustantivo de
genoma lag
o desfase entre los programas genéticos y las nuevas circunstancias del
entorno, tanto en los hombres como en los animales.
Los
animales no pueden tener celos pero pueden comportarse "como si" los
tuvieran y además podemos suponer que los celos humanos en su complejidad
derivan de aquellos programas arcaicos que son comunes tanto en los animales
como en el hombre, aunque en nosotros la enorme capacidad de simbolización y de
operaciones semánticas pueda llevarnos al paroxismo de racionalizaciones y
desplazamientos de tal forma que al alejarse del centro original los celos
pueden aparecer como una emoción
singularmente humana, siendo como es - desde el punto de vista evolutivo
- la expresión de una conducta territorial, común a múltiples especies.
La primera sorpresa que nos encontramos cuando
intentamos rastrear el significado de los celos a través del diccionario es que
el substantivo celos no existe, al menos en el Maria Moliner. Existe el
adjetivo celoso o celosa y como substantivo podemos encontrar la palabra celo:
"el afán con que alguien se dedica a salvaguardar o preservar algo que le
pertenece". Existe otra acepción de la palabra "celo": el
periodo en que la hembra es fértil y está disponible sexualmente. La primera
acepción tiene relación pues con la
propiedad y la segunda con el estro
periódico de las hembras.
Una
relación que no es casual, los celos tienen que ver con la posesividad, con aquello que se siente como personal y privativo,
del mismo modo que una persona se relaciona con sus tierras, sus propiedades o
su ganado. Pero nadie puede sentirse celoso de su propiedad aunque pueda
aplicar en su custodia un celo especial. Se sienten celos de las personas, concretamente
de aquellas personas que se percibe que nos pertenecen como el ganado o la
tierra y que pueden escapar de nuestra influencia y de nuestro lado para irse
con un mejor postor. Sobre todo se sienten celos de las parejas, unos celos que
incluyen lo sexual si se dan entre parejas sexuales y también una forma de
celos que tiene que ver con la obligación de compartir con otros los cuidados
de una persona muy especial o significativa (celos fraternales).
Freud
llamaba a los primeros celos sexuales y a los segundos celos infantiles dado
que es posible observarlos entre hermanos compitiendo entre si por los cuidados
de la madre, aunque a esta conducta entre hermanos se les denomina
frecuentemente celos, hoy se interpreta como rivalidad agonística, dejando el
sustantivo celos para uso exclusivo de los celos sexuales.
La
naturaleza psicopatológica de los celos, desde el punto de vista afectivo
procede del temor: el temor de perder
algo que nos pertenece, mientras que desde el punto de vista cognitivo es
más bien una obligada tarea: el afán
o inversión de tiempo o recursos que dedicamos para que esto no suceda. De
entrada existe una diferencia entre los celos femeninos y masculinos, el temor
del hombre es un temor "hacia los cuernos" o hacia la infidelidad de
su pareja, mientras que el temor de la mujer es el temor a ser abandonada. La
infidelidad de la mujer es para el hombre un temor atávico que es anterior a la
ganancia de la confianza y que está asentado en la incertidumbre de su
transmisión genética, mientras que en la mujer que carece por naturaleza de esa
duda, su temor procede más bien de la posibilidad de ser desplazada por otra
hembra, no tanto por la infidelidad ocasional del marido (que suele ser algo
tolerable) sino por la posibilidad de que su pareja acabe por dejarla
abandonada con su "cruel atadura" de nursing.
La
muda del estro de la hembra protohomínida hacia las reglas lunares y hacia la
ovulación silenciosa[2]
pudo fortalecer los vínculos entre determinadas parejas que se especializaron
en formas monogámicas de compartir alimentos y cuidados y en un embrionario
sistema de recompensas en forma de proteínas que alternar a los frutos, los
huevos, las raíces y las hierbas, que coexistieron con una sexualidad de horda
durante miles de años. Ambas estrategias están perfectamente diseñadas por la
evolución y debieron coexistir como estrategias evolutivamente estables en el
sentido de Trivers, de hecho aun lo hacen, lo cual parece indicar que ambas
estrategias genéticas gozaron de una amplia difusión exitosa en la especie
humana.
Para Trivers una estrategia
evolutivamente estable (EEE) es aquella conducta que no diverge de lo que hace
la mayoría y que evolutivamente hablando tiene premio o al menos no tiene
demasiadas perdidas
De
haber existido pues "la pareja feliz" como estrategia de acoplamiento
en la prehistoria de los hombres, debió de fortalecer a un tiempo la división
del trabajo entre hombres y mujeres tanto como una regulación entre los deberes
parentales para con las crías y entre la pareja entre sí. Y debió al mismo
tiempo debilitar - en estas mismas parejas- los controles de rango y territorio con los cuales determinados machos
aún se relacionaban con sus grupos de hembras. Muy posiblemente ambas
estrategias coexistieron y se desparramaron a un mismo tiempo en el genoma
humano.
La
debilitación del control ejercido a través del rango y el territorio pudo
realizarse mediante el desarrollo de una estrategia nueva, un gen mutante que
se añadió a la baraja de las posibilidades genéticas donde ya se encontraban
perfectamente establecidas la desconfianza (paranoidismo) y la tendencia
promiscua. La confianza mutua
desplazó en algunas parejas al trabajoso método de asegurarse el rango a través
de luchas fratricidas en el hombre, mientras la mujer ganaba ayuda para la
crianza de su prole al mismo tiempo que accedía a proteínas animales de una
forma y ritmo similar a la que los machos. Por la misma razón los machos con
bajos niveles de testosterona podían a su vez asegurarse su propia prole, una
seguridad que en relaciones de promiscuidad tenían vedada.
Lo
que me interesa señalar en este momento es que entiendo a los celos como un
temor primordial que ha cumplido además una tarea enorme desde el punto de
vista evolutivo. Aunque podamos interpretar a los celos como una avería del
sistema de confianza mutuo entre las parejas, es importante señalar que los
celos cumplieron en tiempo ignoto una función de relé, es decir una función de disuasión, tanto en el
macho como en la hembra. Si la pareja monógama resultó ser útil debía ser
preservada de merodeadores y galanteadores y una vez debilitado el rango sólo
los celos se oponían como conducta demostrativa a esta amenaza. Una amenaza que
ponía en peligro también a la débil y emergente confianza, una función a preservar
porque suponía un ahorro de inversiones especificas en la vigilancia constante
de la pareja.
La
confianza es una propiedad emergente entendiendo como tales a las propiedades
nuevas que caracterizan a un sistema después de haberse operado en él un salto en
su complejidad. Desde este momento la regulación del acoplamiento monógamo ya
no operará a través de la defensa del territorio o el rango sino a través del
escrutinio de la pareja, a través de los celos, una estrategia de balanceo de
la recién nacida confianza.
Naturalmente,
los celos sólo pueden darse entre las vocacionales parejas monógamas, en
aquellas que han llegado a acuerdos sexuales y de distribución de cargas y
tareas tanto en el cuidado de las crías como en el reparto de cargas
alimentarias. Los celos son un patrimonio exclusivo de las parejas que aplican
en su convivencia el modelo "pareja feliz". Aunque pueden existir, no
son la norma en aquellas otras que aplican el modelo promiscuo o el modelo
polígamo entre sus interacciones. Debe entenderse que los seres humanos
actuales son una curiosa mezcla de las tres estrategias, que no sólo vienen
definidas por las propias preferencias sino también por la impronta que cada
cultura imprime en cuanto a la cualidad de los celos y de sus instituciones sexuales.
Existe
otra cualidad importante de los celos que está basada en la diferencia. Una diferencia de aspecto
físico inevitable en tanto en cuanto no hay manera de asegurar que cada persona
sea igualitariamente atractiva para sus parejas, incluso en una sociedad ideal,
quimérica, este tipo de diferencias serían insoslayables. El propio Marx se refirió a ello en sus “Escritos” cuando decía:
Oponer a la
propiedad privada la propiedad general, puede expresarse también en la forma
animal que busca oponer al matrimonio, la comunidad de las mujeres. Este es un
comunismo tosco e irreflexivo. La envidia general constituida en poder no es
sino la forma escondida en que la codicia se establece o se satisface de otra
manera.
De
manera que podemos intuir que el propio Marx no tenía
resuelto el dilema de que incluso en su paraíso socialista serían inevitables
las diferencias, al menos de atractivo. Este atractivo comparativo pasará
inevitablemente factura en forma de celos.
Una
vez establecida la confianza, la contraestrategia evolutiva siguiente fue la infidelidad. ¿Por qué voy a ser fiel
todo el tiempo? ¿Qué gano a cambio?, pudo pensar el macho o la hembra pensante
olvidando que ambos habían ganado y perdido algo en el pacto por la
"pareja feliz". Gracias a su cerebro especialmente diseñado para el
engaño, el macho y la hembra prehistóricos pudieron ir descubriendo que era
posible simultanear la estrategia "pareja feliz" con algunas
incursiones con otras parejas dispuestas: de todos modos siempre habrá hembras
fáciles que no piden nada o poco a cambio (al menos no compromisos
reproductivos) y machos dispuestos para el coito fácil con una hembra dispuesta
aunque resulte "propiedad" de otro macho (un reto suplementario para
los "machos viriles" que aún operan bajo el paradigma del
territorio).
Es
aquí donde los celos vuelven a exponer su cualidad adaptativa a las nuevas
conquistas neocorticales del cerebro, en este caso la
anticipación del engaño. Los celos
no sólo operan como disuasorios ante los intrusos que podrían amenazar "la
pareja feliz", sino que en ella misma y merced a la dialéctica creada
entre sí pueden operar como una alerta ante una posibilidad más que factible.
Así los celos pasaron de ser disuasorios
(destinados a alejar a los intrusos) a ser recursivos y recíprocos (destinados
al control de la conducta de la pareja), un salto que explica su ambigüedad ¿de
quién se tienen celos cuando se tienen celos?
Bucle recursivo del los celos. Un caso de causalidad circular
En
este sentido podemos concluir que los celos son desde el punto de vista
adaptativo no solamente un temor y una tarea sino también una programa complejo
destinado a preservar la pareja monógama y a discriminar los potenciales engaños relacionados con la reproducción
en exclusiva que se genera en el seno de la misma. Dicho de otro modo: los
celos son inseparables del amor en
exclusiva - una nueva emergencia evolutiva-
que se adhirió a aquella estrategia de preservación y también de la
posibilidad de ser engañado en la articulación de ese mismo amor que opera como
un atractor universal, como una matriz de significados.
¿Pero
para qué sirven hoy los celos?
Los
celos son un programa atávico que ha perdido su función adaptativa prehistórica
y se ha convertido en un trozo de basura genética que aun no ha sido capaz de
mudar hacia una estrategia adaptativa nueva, por el poco tiempo transcurrido
aún en la evolución. Hoy, la complejidad de las relaciones sociales ha urdido
nuevas paradojas para las que el hombre actual aún no ha sido capaz de generar
programas nuevos que den como resultado la solución a los problemas que se
presentan y que proceden de los siguientes dilemas:
1.
El amor romántico como modelo ideal a alcanzar, es decir una pareja
exclusiva de por vida ya está obsoleto aunque se mantiene en el imaginario de
gran parte de nuestros conciudadanos.
2.
En medio de una sociedad sin tabúes donde todo (cualquier oportunidad
de goce es legitima) está permitido y cualquier hombre o mujer es de hecho
accesible (ya no se considera propiedad de nadie).
3.
En una sociedad donde la mujer ha desertado de su rol protector para la
prole y del hogar que ha pasado de ser un nido de amor a un lugar de paso (Gergen) pasando a competir en "el territorio" de
los hombres, lo que la debilita en tanto que es sentida al mismo tiempo como
objeto accesible y como rival a derrotar.
4.
Sin una nueva ética colectiva que se oponga al deseo individual, el sujeto
no tiene más remedio que dirimir en su interior las consecuencias de este
conflicto echando mano de sus mecanismos individuales de resolución de
conflictos. El dilema ha pasado de ser un problema social de control de
conductas individuales a un tormento intrapsíquico donde los celos son sólo una
de las posibilidades de expresión.
5.
A cambio, existen más posibilidades para la fealdad extrema y para las
conductas desviantes y periféricas. El anonimato de las grandes ciudades es el
caldo de cultivo necesario para la dilución de identidades marginales que
pueden así escapar del control de los pequeños grupos en que se organizaron los
humanos desde los tiempos más remotos (unas cien personas mas o menos)
Dicho de un
modo más claro los celos han pasado a ser un sufrimiento intrapsíquico
individual aunque nacieron como una conducta social destinada a preservar la
pareja y la superación del modelo rango/territorio en el apareamiento del Sapiens.
El celoso
de hoy sufre - en lo psicológico - una merma en la confianza interpersonal lo
que hace de él una persona disadaptada cuando no perturbada gravemente y
vulnerable, insegura y dependiente que le incapacita para la autonomía
requerida en una sociedad compleja donde el "enemigo" ya no merodea
en los bordes del territorio sino que reside en la propia complejidad de las
relaciones personales, a veces en la familia y casi siempre en el lugar de
trabajo. De ahí a la patología hay un salto que nadie conoce en sus íntimas
peculiaridades, pero es evidente que los celos considerados desde el punto de
vista evolutivo constituyeron un programa genético novedoso que en un tiempo-
probablemente durante la emergencia de la agricultura- resultó adaptativo. En psiquiatría nos vamos
a encontrar este fenómeno en numerosas ocasiones: las enfermedades no son pues
y siempre algo a erradicar sino la expresión de ese desfase entre las
condiciones adaptativas de nuestro genoma con las circunstancias aceleradas en
que crece la complejidad de nuestras relaciones sociales, una velocidad que centuplica
a la velocidad de adaptación de nuestro patrimonio genético
EL TABU DEL
INCESTO
El incesto
es otro ejemplo de una conducta- en este
caso una prohibición- universal que atraviesa a todas las culturas, lo que
indica que en su preservación hay algo que va más allá del sesgo cultural: si
no está determinada por la cultura debe existir en el patrimonio genético de
toda la humanidad o al menos se trata de un aprendizaje fácil (prepared
learning), como la fobia a las serpientes (Marks, 1991)
Los
estudios sobre el incesto proceden de modelos antropológicos y de ellos procede
nuestro conocimiento sobre la universalidad de su presencia. Sin embargo el
incesto también se halla presente en el mundo animal, no se trata pues de un
fenómeno tan sólo cultural, como sostienen algunos antropólogos sino biológico.
No todos
los animales tienen la capacidad de reconocerse como individuos, y parece que
solo en aquellas especies donde los individuos son capaces de reconocerse entre
si se preserva la institución del incesto, al menos en lo que respecta al
incesto madre-hijo y entre hermanos. Generalmente los animales que se reconocen
entre si lo hacen cuando tienen rasgos diferenciales en el rostro, cosa que
sucede en aquellas especies donde el rostro ha alcanzado una cierta
diferenciación. En las cebras por ejemplo el reconocimiento se hace a través de
patrones del rayado y no parece que vaya más allá del tiempo en que permanece
activada la impronta (imprinting): el
necesario para que las crías reconozcan a la madre y no la pierdan de vista
hasta que se hacen autónomas (hasta el próximo embarazo de la madre). Otras
especies - las más comunes- se reconocen por el olor o por los sonidos que
emiten. Reconocimiento y marcaje sexual son pues instintos que participan de
algún modo simultáneamente en ambos propósitos: territorialidad y seguimiento.
Existe pues, una relación entre el reconocimiento y el marcaje o balizado
sexual, dicho de otra forma: el reconocimiento entre individuos pudo
evolucionar desde la necesidad de marcaje sexual del territorio.
Sin
embargo los cánidos parecen contradecir lo dicho anteriormente. El incesto es
muy frecuente, lo que significa que en las especies donde el modelo de
apareamiento sexual es promiscuo, el tabú del incesto no se respeta.
No obstante entre la impronta y el incesto
pueden existir relaciones al menos en las especies con el cerebro más
evolucionado.
Para
explicar este fenómeno se han invocado varias explicaciones:
1.- La
hipótesis de la familiaridad (Eibl-Eibensfeldt,1995). Crecer juntos puede
fabricar una especie de aversión entre los sujetos que les impida aparearse.
2.- La
hipótesis biológica: el incesto haría aflorar alelos recesivos que podrían resultar fatales desde el punto
de vista genético cuando se dieran juntos en un mismo individuo.
3.-
La hipótesis psicoanalítica: la prohibición del incesto se fundamenta en el
crimen ritual de la horda que erige al asesinado como tótem y protector de la
misma. De este parricidio surge el tabú del incesto, ambos pues, parricidio e
incesto se hallan relacionados simbólicamente (Freud, 1912) y participan de la
misma prohibición.
4.-
La hipótesis económica. La exogamia favorece los vínculos extrafamiliares al
tiempo que favorece el reparto del trabajo comunitario. La madre de un
adolescente joven puede verse favorecida por la llegada al núcleo familiar de
una hembra joven bien dispuesta para el trabajo. A cambio, ese mismo padre
puede "perder" a una hija, porque sabe que tendrá el recambio de una
nuera en otro lugar (Levy-Strauss,
1998).
Ninguna
de estas explicaciones por si mismas ofrece argumentos irrefutables aunque
todas poseen gotas de verdad o intuiciones interesantes que aportar. Las
explicaciones biológicas parecen incontestables si no fuera porque la
emergencia de esos alelos fatales tarda muchas generaciones, las suficientes
para no ser conservadas en la memoria de tres generaciones ¿cómo saben esto los
simios que respetan el tabú del incesto?.
La hipótesis familiar sirve para explicar la
aversión entre hermanos, pero no explica el respeto del tabú de madre a hijo.
Las hipótesis económicas son sugerentes pero no explican el tabú en los simios
como tampoco lo hacen las explicaciones psicoanalíticas.
Además
existe una paradoja biológica: si mi hija tiene un 50% de mis propios genes
tener un hijo con ella supondría la supervivencia en mi hija-nieta de un 75 %
de mis propios genes Se trataría de un superhijo que se acercaría a mi genoma más que cualquier
hijo que pudiera tener con otra hembra. Si pudiera engendrar otro hijo con mi
hija-nieta su genoma y el mío coincidirían en un 87.5% y así sucesivamente
hasta constituir una asíndota, una curva que nunca
llegaría a ser yo (mi clon o 100% de mis genes) pero se acercaría bastante -
desde el punto de vista genético- a lo que sucede en la reproducción asexual
donde el individuo se replica entero.
Desde
el punto de vista del egoísmo genético esta estrategia podría ser considerada
como una estrategia válida y sin embargo sabemos que biológicamente hablando no
lo es ¿Cuál es la razón de que no se trate de una estrategia evolutivamente
estable?
Desde
el punto de vista de Trivers una estrategia evolutivamente estable (EEE) es
aquel rango de conductas cuya transgresión da pérdida en el contaje
de puntuaciones evolutivas, aplicando un modelo de simulación del tipo que se
encuentra en la teoría de los juegos (M. Smith 1988).
Es evidente que el incesto o la endogamia repetida da lugar a la emergencia de
genes inestables o letales en la población que la practica. ¿Pero como saben
esto los individuos concretos?
Otra
vez tenemos que volver a las ventajas que supuso la reproducción sexual en la
diversificación de los genes y a suponer un automatismo programado o preformado (Mc Guire y Troisi,
1998) por la especie en la preservación de estas estrategias o a suponer algún
tipo de aprendizaje ligado al "imprinting"
o al apego (Bowlby, 1998) teorías ambas que no se encuentran en contradicción
mutua (en realidad el apego es un imprinting evolucionado) pero nos
quedan sin explicar las diferencias entre las conductas incestuosas entre
padres y madres.
En
nuestra especie el incesto de padre a hija sigue siendo aun hoy mucho más
frecuente que el incesto de madre a hijo, siendo el incesto entre hermanos
intermedio en frecuencia a ambos y similar al que puede darse entre parientes
de segundo orden. El incesto de madre a hijo es pues muy raro en el hombre y en
el mundo animal y además se halla protegido con un tabú o inhibición más
potente que sus variantes, hasta el punto de que Freud llamaba al incesto entre
madre-hijo el incesto verdadero. ¿Cuál es la razón de esta diferencia?
Otra
vez tenemos que volver al tema de la certeza.
La certidumbre para una madre de que su hijo es su hijo es total, mientras
que para el padre es aproximativa. La impronta - el reconocimiento- de la cría por
su madre y de la madre por su cría es en algunas especies, vital para su
supervivencia. En el ser humano este fenómeno ha sido sustituido por el apego (Bowlby, 1969), la emergencia
de una emoción nueva que sustituiría al deletéreo "imprinting" y lo haría más complejo y persistente con arreglo
a las necesidades de nursing y teaching
de las crías humanas obligadas - debido a la estrechez del canal del parto
derivada de la bipedestación- a una mayor dependencia de la madre y durante más
tiempo que cualquier otra cría de cualquier otro animal precisa para su
supervivencia
Dicho
de una manera más clara, la prohibición del incesto de madre-hijo puede
explicarse sociobiológicamente por el egoísmo
genético que tiende a diversificar los genes individuales y a evitar
combinaciones letales. Este aprendizaje puede estar programado por la especie
como un automatismo o un aprendizaje ligado a la impronta que es reforzado por
el apego y el largo tiempo de crianza y cuidados que precisa el bebé humano. En
este sentido las mujeres podrían tener una mayor cantidad de controles que
operarían como aversivos y disuasorios en el
apareamiento con sus hijos Los hombres carecen de este mecanismo innato (aunque
no de la capacidad de apego que les protegería del apareamiento con su propia
madre) por lo que es de prever que el incesto entre padre-hija sea más probable
y mucho más probable entre padre e hija adoptivos (Thornhill
1992) y que resulte sólo penalizado en el cerebro individual por controles
sociales o jurídicos. El hombre precisa pues de un mayor aprendizaje social a
este respecto dado que su egoísmo genético puede operar a favor de la
consumación del incesto con sus propias hijas a fin de preservar una mayor
cantidad de sus propios genes.
DIMORFISMO
SEXUAL
Lo
primero que se nos viene a la cabeza cuando hablamos de dimorfismo sexual son
los caracteres sexuales secundarios, me refiero a los caracteres secundarios
visibles: el hombre es más grande que la mujer, la mujer tiene una disposición
distinta de la grasa, una voz más aguda, las mamas más desarrolladas, etc, un
dimorfismo centrado en el cuerpo, olvidando que no es constante en todas las
especies. Sin embargo no nos hacemos preguntas acerca de las diferencias entre
ambos cerebros y damos por supuesto que en ambos sexos son iguales.
No
es cierto y aunque este tema suele ser muy ideológico porque siempre parece que
se trate - cuando se dice la verdad- que se esté defendiendo una posición para
legitimar determinados roles sociales que son siempre interpretados en clave
sexista, la verdad es que los cerebros humanos son dimórficos
y no sólo ellos sino también sus mentes.
Hasta
ahora los investigadores se han referido sobre todo a cuantificaciones y a las
diferencias estructurales y se han limitado al rinencéfalo:
una parte conocida como cerebro
olfatorio o vomeronasal que está relacionado en gran
numero de especies con la reproducción.
Simon Levay que estudió la
estructura preóptica del cerebro humano y los comparó
con la orientación sexual llegó a la conclusión de que el núcleo intersticial
del hipotálamo era el doble en los varones que en las mujeres, un hallazgo que
anteriormente se había reconocido en ratas y en la placa motora del músculo bulbocavernoso responsable de la erección y la eyaculación
y de la inervación de elevador del ano que en la mujer es vestigial.
La
polémica surgió cuando Levay publicó sus trabajos
donde hacia referencia a que el núcleo instersticial
no sólo era mas grande entre varones en comparación con mujeres sino que era
también el doble según la orientación sexual del varón, seguía siendo el doble
de grande en los varones heterosexuales en comparación con los varones
homosexuales. Todo lo cual vino a poner de manifiesto que existía una
correlación entre el tamaño de una estructura cerebral dimórfica
y la orientación sexual.
No
es de extrañar que este hallazgo pusiera patas arriba a la comunidad gay. Para
empezar existe una ingenua identificación entre "lo biológico" y la
enfermedad y además es cierto que tanto los códigos jurídicos como las
costumbres sociales han ido modificando sus puntos de vista por detrás de la
ciencia hasta el punto de que usualmente existe una yuxtaposición entre los
hallazgos biológicos, la asimilación cultural de la diferencia y las practicas
jurídicas que siempre operan con arreglo a lo que se sabe científicamente.
Así
sucedió con la locura en general y con las costumbres sexuales en particular.
La asimilación de que el núcleo intersticial del hipotálamo sea más grueso en
los hombres heterosexuales que en los homosexuales no significa linealmente que
los hombres homosexuales estén enfermos. El hallazgo biológico sólo representa
la base anatómica de una diferencia en la orientación sexual, no prejuzga una
patología cualquiera. Del mismo modo tampoco presupone que el macho sea una diferenciación
de la hembra, una cuestión que parece molestar mucho a determinados movimientos
feministas. Por el contrario tampoco las interpretaciones de que en realidad
las hembras humanas sean una superespecialización del
macho, una especie de macho plus tienen ninguna base científica o anatómica.
Lo
que tiene importancia es saber si la homosexualidad es - desde el punto de
vista evolutivo- adaptativa, maladaptativa o neutral. Para Vasey
(Vasey 1995) el comportamiento homosexual en primates
no puede considerarse maladaptativo porque los
sujetos que lo realizan no suelen ver disminuido su éxito reproductivo, lo que
es cierto en las conductas homosexuales de los antropoides dado que en ellos no
existe la homosexualidad absoluta, lo mismo sucede con el “lesbianismo” de las
hienas, especie matrilineal donde las hembras adoptan
caracteres sexuales secundarios masculinos.
El mismo Vasey
propone que el comportamiento homosexual de los primates no sea un producto de
la selección natural sino más bien un subproducto neutro derivado de la
selección "de otra cosa" o característica que aun no ha sido
definida. Dicho de un modo más claro, Vasey aventura
que la homosexualidad puede estar favoreciendo alguna estrategia evolutivamente
estable distinta a ella misma. En este sentido podríamos hablar de que la
homosexualidad es una conducta altruista aunque no sabemos bien a qué propósito
o a qué individuos beneficia.
Hay
que recordar que la evolución no sólo carece de planes sino que es
absolutamente neutral en lo que nosotros entendemos como aspectos ideológicos
que frecuentemente están vinculados a aspectos derivados del rol social y al
reparto de tareas y cargas comunitarias. Ninguna ideología debería oponerse a
conocer la verdad, cualquiera que esta sea, siempre que proceda de la
investigación seria y concienzuda. Al mismo tiempo subrayo que ninguna
ideología debe albergar ningún temor porque los hechos que conocemos no van en
la dirección que las sospechas de algunos apuntan: ni la homosexualidad es
asimilable a una enfermedad, ni la mujer es una especie de macho menor o de
macho minusválido.
Estos
son los hechos que marcan un claro dimorfismo sexual en el cerebro humano:
La
sexuación del cerebro es anterior a la emergencia de los caracteres secundarios
visibles que podemos observar en la pubertad: se realiza en la época fetal y
procede de las hormonas sexuales tanto de la madre como las del propio feto.
El los fetos varones hay que contar no sólo con el aporte
de testosterona de la madre, sino del aporte que procede de los propios
testículos del feto y que empiezan a ser operativos a partir del tercer mes,
antes incluso de que se formen los genitales o el cerebro. La niña sin embargo
no comienza a derramar hormonas sexuales sino después del nacimiento, al cabo de
algunas semanas. En este fenómeno, ya podemos observar una diferencia
significativa: el cerebro del feto varón se halla expuesto a las hormonas
sexuales desde casi el momento en que es concebido, mientras que la niña es un
poco más tardía en resultar expuesta a este baño de hormonas. Además hay que
señalar que es la testosterona de la madre y la testosterona procedente del
testículo del feto varón la responsable de esta diferenciación del cerebro
neutro (indiferenciado) que hasta el momento es el cerebro del feto.
Aunque
la testosterona es en la pubertad la responsable de la aparición de los
caracteres secundarios en el adolescente varón, lo realmente curioso es que en
el cerebro nada parece suceder así: no sólo su diferenciación es precoz si la
comparamos con la diferenciación del cuerpo en general, sino que además se
realiza mediante una forma paradójica, no es a través de la testosterona que se
masculiniza el cerebro, sino a través de un metabolito de la testosterona que
es el estradiol, la hormona típica femenina, que se desdobla desde testosterona
a estradiol a través de una enzima denominada aromatasa
que para más curiosidad también es dimórfica, tiene
una actividad distinta según el feto sea varón o hembra.
Es
el estradiol - en el cerebro- después de haberse modificado a través de la aromatasa el responsable de la masculinización de
determinadas estructuras (concretamente el núcleo olfatorio que es donde se ha
estudiado esta diferenciación). La niña no sufre esta exposición suplementaria
de testosterona-estradiol porque no dispone de testosterona, su materia prima y
porque además el estradiol suele unirse a proteínas plasmáticas (alfafetoproteina) que dificultan o entorpecen su paso a
través de la barrera hematoencefálica, además la aromatasa del feto hembra tiene una menor actividad. Sin
embargo una niña puede masculinizarse externamente si la madre es tratada con
estrógenos durante el embarazo, pero no su cerebro.
Estos
datos sugieren que la masculinidad del feto tiene que ver con la testosterona
circulante que añade una diferenciación suplementaria en determinadas
estructuras anatómicas que tienen que ver con la reproducción. Ser niña - la
feminización de su cerebro- tiene que ver con la inacción de este mecanismo de
diferenciación dimórfico. Una exposición baja al
estradiol tiene como resultado un cerebro hembra mientras que una exposición
alta al estradiol tiene como resultado un cerebro macho.
La
pregunta del millón de dólares sería averiguar para qué la naturaleza ha
diseñado dos vías de degradación de la testosterona: la vía de las aromatasas y la vía de las alfareductasas.
Una estrategia - la redundancia de "procesos de producción" que la
vamos a encontrar frecuentemente en la fisiología. Y cuya interpretación se
halla abierta.
Testosterona
Estradiol
Dihidrotestosterona
Siendo
la vía de las aromatasas la "cadena de
producción" de la diferenciación sexual cerebral, incluyendo estructuras, sinaptogénesis y cableado, mientras la vía de las alfareductasas es la cadena de producción que se encarga de los caracteres
secundarios periféricos, incluyendo la placa motora del bulbocavernoso
que inerva el elevador del ano y regula la eyaculación y que carece de efecto
alguno a nivel cerebral.
La
diferenciación de una estructura sexual anatómica en el cerebro, guarda
relación con la exposición - durante el periodo perinatal
- de las hormonas sexuales que proceden de la degradación de la testosterona
por la vía metabólica de la aromatasa, y sólo durante
intervalos críticos o ventanas plásticas, resultando fuera de estas ventanas
temporales irrelevante la función de estas hormonas sexuales, dando como
resultado la feminización, puesto que las hormonas implicadas en este tipo de
procesos no sólo determinan el crecimiento de estas estructuras sino que
también inhiben sus contrarias, una inhibición que tiene como resultado la
muerte neuronal especifica tal y como sucede en la placa motora del bulbocavernoso en la mujer.
Se
ha propuesto que en algunos homosexuales masculinos puede suceder algo parecido
a partir de una supuesta "androgenización
secundaria" de la madre. Se supone que una causa de homosexualidad
masculina se transmite a través de la madre, lo que ha hecho que algunos
investigadores se decantaran hacia la búsqueda de un determinado gen ubicado en
el cromosoma X. Otros sin embargo creen mas bien en la hipótesis prenatal: una
previa androgenización de la madre, a través de
múltiples embarazos de varones podría estar en la base de una superproducción
de hormonas masculinizantes. La paradoja está pues en
esta palabra masculinizantes. ¿Son los homosexuales supermachos desde el punto de vista biológico?
El
enigma desde el punto de vista evolutivo está relacionado con esta pregunta y
se completa con esta otra ¿Es la homosexualidad una excepción desde el punto de
vista evolutivo a la teoría de Darwin? ¿Para qué propósito evolutivo sirve la
homosexualidad si los homosexuales tienen índices de natalidad casi nulos en
comparación con los heterosexuales?
Esta
aparente paradoja también será explorada cuando hablemos de las relaciones
entre el lenguaje y la esquizofrenia y fue señalada por Huxley en 1964
refiriéndose a esta enfermedad típicamente humana como es la esquizofrenia.
Efectivamente los esquizofrénicos se reproducen con un índice de natalidad
bajísimo en comparación con la población normal y sin embargo la esquizofrenia
no desaparece sino que se mantiene estable en todas las culturas y en todas las
poblaciones en torno al 1% de la población general ¿cómo puede explicarse esta
paradoja?
Si
la esquizofrenia no tiene las mismas oportunidades evolutivas que cualquier
otro rasgo genético, ¿cómo puede mantenerse estable?, la misma pregunta
salvando las diferencias puede hacerse con respecto en la homosexualidad sin
prejuzgar psicopatología alguna en ella
Existe
una evidencia contrastable a lo largo de las épocas y que resiste a todas las
sensibilidades históricas y a todos los prejuicios que se hayan podido urdir
alrededor de la homosexualidad: se trata siempre de una conducta minoritaria y
cuando no lo es no implica exclusividad. No sería concebible una mayoría social
homosexual (Bateson 1973) dado que las posibilidades génicas de las que dispone
la comunidad de humanos se articula en torno a la diferencia y a la replicación
sexual, son los heterosexuales los que soportan la carga genética del cambio.
Y
quizá la razón sea la misma por la que las poblaciones autoregulan
mediante mecanismos genéticos sus respectivas querencias conductuales. Hemos
hablado de cómo se regulan las poblaciones de halcones y palomas, individuos
egoístas y altruistas o hembras esquivas/fáciles en relación con estrategias de
apareamiento entre las posibilidades de elegir machos galanteadores o
domésticos.
Dejando
a un lado los trastornos intersexuales que no son el propósito de este articulo
así como los factores ambientales que pueden operar a favor de una elección o
orientación sexual homosexual, los seres humanos sólo podemos ser machos o
hembras, pero además de esta obvia división tenemos otra posibilidad: la
orientación sexual, disociada de nuestra identidad sexual nos podemos orientar
hacia los hombres o las mujeres con independencia de nuestro sexo genético o
genital que suele ser congruente en casi todos los homosexuales.
Si
los homosexuales resultaran exclusivos y también los heterosexuales las
posibilidades desde el punto de vista reproductivo serian:
|
Hombre
hetero
|
Hombre
homo
|
Mujer hetero
|
Si
|
No
|
Mujer
homo
|
No
|
No
|
Dado
que el 50 % de la población son machos y el 50% son hembras y sólo es posible
la reproducción entre machos y hembras, la evolución ha podido escoger entre
varios caminos a la hora de regular sus poblaciones, una de ellas ha podido ser
la regulación de la orientación sexual, como puede verse en la tabla: aunque
existen dos sexos, existen al menos cuatro posibilidades de orientación sexual,
esta diversificación amplía las posibilidades de goce individual pero restringe
las posibilidades reproductivas que sólo son posibles entre el caso 1.1 (la
mujer y el hombre heterosexual), lo que también explica el "efecto
parsimonia" de la homosexualidad, por qué son minoría (hay tres tiradas
que no tienen premio reproductivo)
Si
además de la orientación sexual consideráramos también la identidad sexual,
tendríamos 2x2x2=8 posibilidades y si además consideráramos el rol sexual
tendríamos 16 posibilidades lo que seguramente encajaría mejor con la
complejidad de la sexualidad humana, pero también haría más dificultoso el
argumento o argumentos que vienen a continuación, por lo que me referiré a dos
sexos y a cuatro orientaciones sexuales, que en realidad derivan en tres
posibilidades de emparejamiento: hombre-hombre, hombre-mujer, mujer-mujer.
Aunque
un hombre homosexual y una mujer homosexual no son de hecho estériles (por
homosexuales) y pueden engendrar hijos y aun más, pueden ser bisexuales, voy a
simplificar mi exposición suponiendo que sólo los heterosexuales se reproducen
y a considerar a la homosexualidad como una estrategia más de control
poblacional. Una más entre las siguientes posibilidades de programación de la
evolución.
1.-
Ha podido programar determinadas mutaciones para esterilizar a determinados
varones.
2.-
Ha podido programar igualmente determinadas mutaciones a fin de esterilizar a
determinadas hembras.
3.-
Ha podido construir cerebros destinados a la no reproducción manteniendo su
potencial genésico sean homosexuales o no. Se trataría en este caso de
preservar la sexualidad sobre la reproducción.
4.-
Ha programado un intervalo temporal - desde la pubertad hasta la menopausia-
para la reproducción multiplicando después el número de mutaciones a fin de
preservar a las poblaciones de tener unos padres demasiado viejos.
5.-
Al mismo tiempo ha favorecido el apareamiento a través de mutaciones
relacionadas con una continua disponibilidad sexual introduciendo cambios en
los genitales (tamaño de la próstata, ciclos ovulatorios
continuos, ovulación silenciosa y ausencia de estro), un favorecimiento
que lleva aneja una penalización evolutiva, me refiero al cáncer genital (Greaves 2002)
Además
existe una paradoja ligada a la propia actividad sexual. Si la evolución
hubiera querido optar por una forma reproductiva que maximizara el tamaño de
las poblaciones seguramente hubiera optado por la formula reproductiva de los
himenópteros. Las abejas comunes no se reproducen (sólo la reina pone huevos),
siendo los zánganos los machos y las obreras las hembras. Los zánganos nacen de
huevos fecundados, mientras las obreras son el resultado de huevos no
fecundados, es decir las hembras no tienen padre. Si la naturaleza hubiera
optado por agrandar el tamaño de las especies seguramente hubiera optado por
una estrategia similar a la de las abejas, dado que los machos son superfluos
para "poner huevos". Una estirpe que procediera de una supuesta
especie donde sólo las hembras se reprodujeran (partenogenéticas) podría crecer
de un modo mucho más rápido - aproximadamente al doble de velocidad- que las especies que se reproducen
sexualmente sin que además asumieran ninguno de los riesgos de la reproducción
sexual. Sobre las estirpes sexuales pesa lo que Maynard
Smith ha llamado "el coste de los machos".
Algo
debe fallar entonces en el argumento anterior si la evolución optó al final por
la reproducción sexual otorgándole al sexo una importancia central y
asegurándose de que el acoplamiento sexual sea continuo, placentero y vinculado
al apego y al vinculo. Pero es que además y simultáneamente parece que se ha
asegurado de que no todos los individuos se reproduzcan y que lo hagan además
en un número asumible de embarazos o nidadas para
compatibilizar sus tareas de nursing con las propias tareas
reproductivas. Además ha introducido riesgos en el acoplamiento (los animales
cuando se acoplan corren un doble riesgo de ataque) y premios derivados de la
agresión (la reproducción con frecuencia es el premio de ser agresivo con los
congéneres).
Este
balance de cuidados y reproducción al igual que la distribución de esterilidad
entre la población es ajena a la intencionalidad individual: se realiza al
azar, si entendemos que el azar precisa de mecanismos fisiológicos que hagan
posible aquella esterilidad o esta regulación de un numero determinado de
hijos.
Si
el azar tuviera sentido, que no lo tiene, distribuiría de un modo equitativo
las cargas y permitiría a los humanos tener el numero de hijos que mejor se
acoplara a sus potencialidades de maternaje, dado que el azar carece de sentido
pero no está desposeído de cierta intencionalidad lo que hará será distribuir
genes esterilizantes entre la población, genes mutantes que podrán aparecer
antes o después de una determinada edad, pero que aparecerán de un modo u otro
según envejezca la misma. Antes o después, pero de cualquier manera, el hombre
está programado para acabar siendo estéril, bien de un modo progresivo como
sucede en el macho o bien de un modo abrupto como sucede en la hembra, como
está programado para morir con enfermedad o sin ella.
Con
todo tampoco todos los animales se reproducen, aunque en ellos no se conocen
mecanismos tan complejos como los que observamos en el hombre. Así no pueden
descartarse del todo mecanismos iguales: la homosexualidad como los celos no
pueden atribuirse a los animales, pero existen modelos donde podemos observar
conductas similares a las homosexuales entre ellos, así como otras conductas
parecidas al celibato, la timidez o la retirada reproductiva.
EL ÁGORA Y
LA ARENA
Parece
tratarse de una constante etólogica: los machos
compiten entre si por copular con todas las hembras que les sea posible. Y lo
hacen siguiendo rituales complicados y periódicos relacionados con el estro de
las hembras, lo hacen a través de
paradas.
Una
parada es aquella parte del territorio destinada al apareamiento, no se trata
de un lugar físico y común para todas las especies, es probablemente más un
hito temporal que un espacio. La parada se efectúa para el lucimiento-
demostración de los machos a fin de ganarse la cópula con un buen número de
hembras. Para ello se disponen en el centro de la manada, un orden cerrado que
nos recuerda a una parada militar, la
arena, el lugar de la demostración y el desafío, mientras las hembras
contemplan las peleas a distancia con disimulado interés y los machos
adolescentes quedan en la periferia del rebaño, el ágora. Contrariamente a lo que sucede en las especies donde las
hembras eligen a sus parejas, podemos afirmar que el ritual de la arena sólo es
posible ser observado en aquellas especies donde es el macho el que elige, el
vencedor.
Quien
haya ido a una discoteca con ánimo etológico habrá caído en la cuenta de hasta
qué punto los seres humanos en determinados lugares nos comportamos como
rebaños de ñus. Quizá los más sagaces hayan observado como el centro (la pista
de baile) es ocupada, después de vencer ciertas timideces iniciales por los más
demostrativos de los individuos, mientras los más tímidos permanecen en la
barra (el ágora) observando a los bailarines y escrutando sus intenciones de
apareamiento. Con excepción de las peleas (que a veces también pueden darse en
esos lugares) todo está dispuesto para la parada, con una salvedad: a diferencia
de los ñus, son las hembras humanas las que se exhiben en el centro, mientras
los machos permanecen a la expectativa. Esta diferencia que ya he señalado en
otro lugar me parece pertinente ahora obviarla en tanto que mi argumento va en
la dirección de señalar que en los animales la competencia entre machos es
decisiva para reproducirse, dado que el establecimiento demostrativo de un
determinado rango/territorio es absolutamente necesario para que un macho sea
elegido por un puñado de hembras para prestarle sus favores sexuales. Por más
sutiles que podamos resultar los humanos podemos concluir que tanto en los
animales como en nosotros, el alarde tiene como finalidad no sólo la seducción
de las hembras, sino también la de espantar al resto de los machos, dado que
los machos- conviene no olvidarlo- compiten por todas las hembras contra todos los machos.
Seducción
y alarde se contrabalancean en cualquier parada sexual, dando oportunidades a
los teóricamente más fuertes o a las más pizpiretas y seductoras.
Alardes
de trote, de vuelo, de plumaje, de graznidos o de danzas en ellos y seducción
mediada por la huida, la retirada o el aplazamiento en ellas, establecen un
ritual poderoso que opera como juegos precopulatorios,
necesarios tanto para ellas - comprobar la destreza del macho- como para ellos:
comprobar la disponibilidad sexual de la hembra o que no está embarazada, un
error que podría llevarle - al macho- según en qué especie a cargar con los
hijos de otro macho (Dawkins 2000) y lo peor: cargar con una hembra no
disponible sexualmente.
Estos alardes intimidatorios alejan a aquellos
individuos tímidos que no se sienten en condiciones de competir: bien porque
prefieren esperar una oportunidad mejor, bien porque no se encuentran maduros
para el sexo en su dimensión mas competitiva, bien porque son demasiado
miedosos. Algunas veces se han interpretado estas conductas en clave altruista:
algunos individuos prefieren cuidar de la prole ajena y renuncian a
reproducirse. Personalmente no creo demasiado en esta teoría, sino que creo más
bien que la reproducción en la naturaleza es un premio que la evolución concede
a los más dotados que en su constante alardeo de fuerza y seguridad logran
espantar al resto de sus potenciales competidores al ágora, a un lugar alejado
del centro, donde permanecerán durante toda la marcha de la manada a través de
la sabana, resultando una presa fácil para cualquier depredador.
Ser
vencido es pues peor que no competir, dado que nadie puede saber cuales son las
potencialidades del macho tímido que no pelea o alardea y se mantiene a la
expectativa. Todo individuo se manifestará en relación con su programa cerebral
de apareamiento, un programa que muchas veces aconseja esperar a adquirir
determinadas destrezas en la pelea o un tamaño que por si mismo pueda resultar
amenazante. En otras ocasiones asumir el riesgo de sufrir daños puede ser la
estrategia mejor para quedarse con los bienes del macho dominante. En otras, la
prudencia aconsejará esperar a que otro tome la iniciativa por sí mismo y
quedar al acecho para el reparto del
botín.
Apaciguar
a un macho dominante puede parecerse mucho a una conducta homosexual y de hecho
muchos machos de diversas especies lo hacen: la sumisión desactiva la
agresividad "paranoide" de los machos dominantes tanto si es ejercida
por una hembra u otro macho. En ocasiones, el macho dominante no tiene forma de
conocer el sexo de su congénere, al que acabará reconociendo precisamente por
su cualidad sumisa como una hembra, lo que inmediatamente desactivará su agresión
(Lorenz 1971). En situaciones de cautividad o de escasez de hembras pueden
verse conductas similares a las homosexuales, sobre todo en el nivel
demostrativo que no terminan en coito sino que constituyen una especie de
simulacro. Otras veces el vinculo amistoso entre dos machos puede reportarles a
ambos beneficios en el rango social, una amistad que muchas veces podemos
confundir con homosexualidad. Lorenz ha descrito en gansos amistades
inseparables que intentan copular sin éxito, pero que aun así, tal
imposibilidad no termina con la amistad previa e incluso tiene evolutivamente
hablando algunas ventajas: una pareja de machos siempre prevalecerá sobre
cualquier pareja heterosexual siempre y cuando no renuncien a reproducirse.
La
dificultad como siempre reside en el hecho de que la conducta homosexual humana
es demasiado compleja para reducirla a una mera demostración de nalgas en
simios sumisos destinados a aplacar la agresividad de un dominante o en los
intentos fallidos de copula entre dos gansos amigos. Como cuando buscamos
modelos de depresión en animales nos encontramos con el dilema de que la
etología sólo nos ayuda a medias, no parecen existir modelos concluyentes
acerca de las conductas o de las reacciones complejas como la tristeza y por
supuesto: ningún animal enloquece en el sentido humano del termino, no existen
modelos animales de esquizofrenia.
Todo
lo cual no presupone que no podamos conformarnos con esas estructuras comportamentales intermedias que de alguna manera nos
puedan servir como modelo aproximativo para el estudio de una determinada
conducta por muy humana y compleja que esta sea.
Para
eso construimos
simulaciones.
Vamos
a construir una simulación para entender mejor la conducta homosexual y la
propia dinámica de la simulación. Supongamos una comunidad humana primitiva de
40 personas, la mitad de ellas 20 son hembras y la otra mitad machos.
Supongamos que de esos machos existen 4 homosexuales, siendo el resto
heterosexuales. Estos heterosexuales 16, podrán formar 320 parejas distintas
entre las 20 mujeres disponibles. Sin embargo estos 4 homosexuales solo podrán
formar 6 clases distintas de pareja. Podríamos concluir que desde el punto de
vista de sus posibilidades de elección la homosexualidad sería una estrategia
evolutivamente penalizada en relación a la heterosexualidad dado que restringe
las posibilidades de elección. Para hacerlo más claro; 4 hombres heterosexuales
pueden formar 16 parejas con otras tantas mujeres heterosexuales, mientras que
4 homosexuales sólo pueden formar 6 parejas entre sí.
A
continuación vamos a considerar las ventajas y desventajas individuales que
podrían corresponder a ambas conductas a las que vamos a asignar un puntaje
evolutivo concreto para ver si existe ganancia o perdida en cualquiera de ambas
estrategias: la heterosexual o la homosexual. Al objeto de hacer sencilla mi
exposición voy a considerar solamente cuatro parámetros, siendo sus puntajes
arbitrarios:
1.-
La aceptación social, a la que daremos un puntaje de 5 o -5 según exista
ganancia o perdida.
2.-
La reproducción, a la que daremos 10 o -10 puntos según haya ganancia o perdida
genética.
3.-
La rivalidad sexual, la puntuaré 5 o -5.
4.-
Las cargas reproductivas 5 o -5
Para
un heterosexual sus ventajas estarán relacionadas con una mayor aceptación
social de donde anotaremos 5 puntos, y 10 puntos de la reproducción que asegura
la presencia de sus genes en la generación siguiente. Como desventajas de su
heterosexualidad anotaré la rivalidad sexual -5 y las cargas reproductivas -5.
De donde se deduce que el valor de la estrategia heterosexual según esta
simulación daría como resultado un total
de 5 puntos.
Para
un homosexual sus ventajas teóricas procederán de no tener cargas reproductivas
lo que representa 5 puntos, ni necesidad de rivalizar con otros y la
posibilidad de resultar dañado, 5 puntos. Sus desventajas procederán de que no
logrará reproducirse -10 puntos y una presumible inaceptación social que puntúa
-5. Todo lo cual da una suma total de -5 puntos.
Lo
que vuelve a dar ganancia a la estrategia heterosexual con respecto a la
homosexual. Pero entonces, si la homosexualidad resulta tan desventajosa ¿por
qué la conducta homosexual no se ha extinguido del catálogo de elecciones
sexuales en la especie humana?
Siguiendo
con la simulación podríamos empezar a hacernos preguntas que proceden de la
complejidad real de la conducta humana y no tanto de modelos cerrados de
simulación matemática. ¿Suponiendo que la homosexualidad fuera una identidad,
qué sucedería si un homosexual decidiera disimular su homosexualidad y vivir
como un heterosexual?
En
principio podemos suponer que podría evitar el engorro de ser rechazado
socialmente, lo que le daría 5 puntos más en relación con su anterior contaje, quedando a sólo 5 puntos de diferencia de los
heterosexuales. Si además de esto lograra reproducirse podría contar con 10
puntos de éxito reproductivo y con los -5 de sus cargas de crianza igual que
sucede con los heterosexuales empatando con ellos en cuanto a ventajas y
desventajas. Si lograra además eludir la rivalidad sexual (haciéndose el
homosexual con los hombres pero no con las mujeres) podría incluso vencerlos en
el contaje total que llegaría a 10 puntos, 5 más que
la variante heterosexual.
Dicho
de otro modo sólo la homosexualidad absoluta daría desventajas en términos
evolutivos, mientras que la homosexualidad disimulada reportaría a los que
siguieran esta estrategia ventajas sobre sus congéneres heterosexuales. Este
tipo de estrategias no son en absoluto excepciones al menos en las sociedades
humanas y quizá sean una explicación del porqué en determinadas sociedades la
masculinidad asignada se adjudica a aquellos hombres que han sido capaces de
copular tanto con mujeres como con otros hombres. Sin irnos demasiado lejos en
términos antropológicos es posible suponer que la aceptación social de la
homosexualidad en la Grecia clásica puede proceder de la convicción de
determinadas sociedades de que dar un valor positivo a la homosexualidad entre
los adolescentes además de asegurar una cierta pedagogía directa de maestro a
discípulo puede protegerlos de una escalada marginal si su identidad se
establece a partir de una homosexualidad en exclusiva. Los devaneos del eromenos
(adolescente) y el erastés
(adulto) reproducían en la Grecia clásica el "orden de picada" que
observamos en los simios, una estrategia social destinada mediante el ritual a
recordar la jerarquía social y a condenar la pasividad sexual que es desplazada
hacia abajo en la jerarquía social.
La
estrategia bisexual, aquella que es capaz de combinar actividades sexuales
tanto heterosexuales como homosexuales, ejercida en periodos de tiempo
concretos o bien llevándolas a cabo simultáneamente puede eludir las
desventajas atávicas de los machos - la competencia feroz por las hembras-
aunque siempre favorecerá a los machos en relación con las hembras que por muy
bisexuales que sean no pueden desprenderse de la "cruel atadura"
ligada al nursing. Quizá este hecho
explique que la homosexualidad sea más frecuente en los hombres que en las
mujeres. Ellos, sin embargo, podrán mediante estrategias de bisexualidad lograr
compatibilizar su "retirada altruista" con las ventajas directas de
los heterosexuales: el éxito reproductivo. Si se lograra extinguir, además el
rechazo sexual frente a las conductas homosexuales el éxito evolutivo de la
misma está asegurado y quizá explique la persistencia de esta conducta, con
independencia de sus causas fisiológicas y su no transmisión directa a través
del patrimonio genético, efectivamente un homosexual tiene la misma posibilidad
de tener un hijo homosexual que la población general.
Es
difícil encontrar un homosexual que no haya tenido nunca una experiencia
heterosexual aunque sólo haya sido para "someterse a prueba". Todo
parece indicar que las tienen y es quizá el tiempo y la edad los que configuran
su predilección hacia las actividades homosexuales exclusivas. Hablamos
entonces de homosexualidad absoluta, un estado que lejos de ser innato se debe
a factores ambientales y a refuerzos y evitaciones constantes y que no se conoce
entre los animales que practican la homosexualidad como los primates. Mi
opinión es que la homosexualidad no puede tener un origen genético, sino quizá epigenético, en relación con la sexuación del cerebro en
estado fetal. Aun así no todas las homosexualidades pueden explicarse merced a
este mecanismo, en este sentido conviene no olvidar que lo que está determinado
genéticamente es el sexo y quizá el tamaño de determinadas estructuras
cerebrales ligadas al apareamiento.
La
paradoja de tal argumento es que el modelo gay
de homosexualidad, que es el modelo hegemónico en las sociedades opulentas de
intercambios homosexuales, pudiera extinguir la homosexualidad si se llevara
hasta sus últimas consecuencias, es decir si se constituyera en una elección
absoluta y exclusiva, dado que las supuestas ventajas evolutivas derivadas de
la evitación de la agresión agonística (intimidatoria)
no tendría premio evolutivo, es decir sería extinguida del patrimonio genético
de la humanidad.
Por
otra parte la orientación sexual no viene determinada genéticamente, y
participa de los aprendizajes sociales o ambientales, en parte es una creencia. La identidad sexual
por el contrario es una absoluta creencia, por eso una persona puede ser un macho
genética y genitalmente y sostener que es una hembra en un cuerpo de hombre.
Una
de las características que tienen tanto las orientaciones homo y heterosexuales
es que pueden alternarse, son intercambiables, a diferencia del sexo genital
que es inmutable. Lo mismo sucede con el celibato y el matrimonio, hoy estoy
soltero y mañana puedo estar casado. También sucede lo mismo con la fe y la
razón, puedo tener fe en Dios y al mismo tiempo dar clases de matemáticas en la
universidad, no hay, aparentemente, contradicción.
Sólo
cuando la homosexualidad y la heterosexualidad se constituyen en conductas
antagónicas es cuando pueden aparecer los problemas. Su mutua exclusión se
transforma en homofobia o en "orgullo gay". El celibato deja de ser
un estado intercambiable y se convierte en una prescripción avalada por
instituciones y sus guardianes: los sacerdotes que tratan de fomentarla entre
los jóvenes. La fe se convierte en fanatismo ciego y es entonces cuando se
excluye la razón, resuelve ser impermeable al raciocinio, es entonces cuando se
convierte precisamente en
invulnerable.
Es
precisamente este sentido de invulnerabilidad lo que confiere al meme un estatuto de replicante cultural, su valor añadido
de creencia fanática y la clave de su persistencia. El meme
como el gen no persigue otra cosa sino su propia supervivencia, saltando de ser
vivo en ser vivo en busca de cerebros donde instalarse como un virus
informático..
No
podemos cerrar los ojos frente al hecho de que la homosexualidad o el celibato
electivos, bien sea para consagrarse a una tarea reformadora, política o con
más frecuencia religiosa, es un meme antagónico al
matrimonio (o a la pareja reproductiva) que es el lugar donde operan los
replicadores genéticos. Podemos observar en estos casos como la selección
natural opera no sólo con los genes sino también con determinados memes que
"inhiben", -como el gen inhibe a sus alelos competidores -
determinadas conductas genéticamente determinadas. No es baladí que los
sacerdotes sean célibes, dado que son los propagadores del meme
del celibato que de otro modo carecería de interés para aquellos que buscan en
el sacerdocio una oportunidad para sus conductas desafiliativas
y no reproductivas.
Con
independencia de que los gays o los sacerdotes
reclamen para si un estatuto civil distinto al del origen adaptativo que sus
conductas protegieron durante muchos años, es cierto que si el sacerdocio o la
homosexualidad contaran con la protección que el Estado brinda a las parejas
reproductivas, determinados programas genéticos derivados de la desafiliación o
del escape social quedarían huérfanos y necesitaríamos inventar nuevas
trincheras donde retroceder, es decir de nuevas instituciones que dieran cuenta
de la necesidad humana de escindirse de su propio grupo social de una manera
protectora y culturalmente con sentido.
SEXO SIN
CÓPULA
Estamos
acostumbrados a hacer equivalentes el sexo y la cópula de tal manera que nos
olvidamos de que el sexo copulatorio es una
estrategia más de las que la reproducción sexual ha desplegado para llevar a
cabo su "propósito" de diversificación de posibilidades génicas, pero
que no es la única en la naturaleza ni por supuesto en el hombre, donde ya
empieza a vislumbrarse un futuro de embarazos probeta y de nuevos dilemas
éticos y jurídicos.
Copular
es - efectivamente- un engorro (Bataille 2000), la
naturaleza ha tenido que inventar no sólo poderosos rituales de apareamiento y
reglas para que se produzca pero además ha tenido que construir dos sexos
portadores de gametos distintos a los que se accede de una forma antianatómica, cuando no penosa o dolorosa.
Penetrar
a una hembra por muy dispuesta que esté es en algunas especies una tarea que
necesita cierta supervisión si no queremos que las arremetidas del macho dejen
a la hembra malparada, así sucede con los caballos donde hasta ha sido
necesario crear una profesión - la de mamporrero - para ayudar en el coito al
potro joven entusiasta pero poco hábil. Lo cierto es que en algunas especies el
acceso a la hembra es tan complicado que uno llega a preguntarse por qué la
evolución optó por tan magna tarea en la reproducción y no se contentó con
universalizar la estrategia de la sepia que pone sus huevos en el agua y es
allí en el agua donde resultan fecundados o por la más inteligente del
escorpión que en un ambiente menos conductor que el agua, en la arena del
desierto compone un pequeño charco y es allí donde eyacula para que más tarde
la hembra ponga sus huevos en el lugar adecuado. O la estrategia de las ranas
que ni siquiera tienen pene y se limitan a fecundar los huevos que las hembras
depositan en el lomo del macho siendo allí fecundados.
La
cópula, por el contrario, es un acto intrusivo,
teñido muchas veces de tensión y dramatismo y donde el placer no se reparte
casi nunca a partes iguales, siendo a veces tan fugitivo y breve que es licito
preguntarse el para qué se inventó la cópula y qué ventajas supuso en la
evolución de determinadas especies si es que supuso alguna.
Lo
que nos lleva a una breve disquisición sobre la selección natural: no siempre
una determinada actividad debe ser evolutivamente adaptativa para que demuestre
su potencial valor selectivo, a veces una determinada conducta no es sino el
resultado de una maladaptación que se transmite por
los mismos canales que las buenas adaptaciones, en otras ocasiones la conducta
o rasgo estudiado puede ser absolutamente neutra desde el punto de vista de la
selección natural.
Es
el caso de la copula. En realidad lo que es beneficioso en términos evolutivos
es la propia reproducción sexual y no el método elegido en las distintas especies
para la ejecución práctica de la misma. Los reptiles iniciaron esa estrategia
que llamamos cópula y posteriormente nos la transmitieron a los mamíferos y a
las aves, aunque ellos se mantuvieron fieles a su estrategia ponedora de huevos
que reduce las cargas del maternaje al embarazo. No se podía hacer otra cosa,
dado que la evolución no puede sino mejorar
estrategias antiguas pero no modificarlas desde la raíz. La evolución es
un proceso azaroso e irreversible, en el sentido de que no puede operar hacia atrás. Por ser azaroso ensayó una estrategia
en Australia y otra muy diferente en Africa, una estrategia animal y otra
vegetal, una protozoaria y otra multicelular, una reproducción asexual donde el
individuo se replica entero y otra sexual donde lo hace sólo de mitad en mitad,
diversificando sus estrategias como el jugador de bolsa diversifica sus
inversiones y no arriesga su patrimonio a un solo valor, una conducta que sería
de muy elevado riesgo para el inversor.
Por
ser irreversible no podemos esperar que la evolución modifique pautas
filogenéticamente más antiguas, sino que las recorra en la ontogénesis, las
recapitule en cada individuo y las mejore poco a poco en tiempo evolutivo. Por
eso los seres humanos estamos condenados a copular a no ser que inventemos otra
manera - algo que ya empieza a vislumbrarse - de reproducirnos.
El
ser humano ha logrado disociar el amor y el sexo de tal manera que podemos
relacionarnos sexualmente con alguien sin amor y más recientemente sin
compromisos reproductivos, una disociación de la que pueden beneficiarse tanto
hombres como mujeres, pero que es menos prestigiosa entre las hembras que
aspiran a una unión monogámica. Además de eso y gracias a su enorme capacidad
simbólica el humano ha logrado también inventar el erotismo, algo que se añade
en valor de goce a la reproducción y casi siempre a la cópula.
Podríamos
definir al erotismo como el sexo sin cópula, aquel que logra sortear el
determinismo propio de la especie y va más allá del sexo reproductivo y a veces también del sexo copulatorio.
No es mi intención en este punto del capitulo hacer una recapitulación del
erotismo para el que remito al lector a la obra de G. Bataille
citada, pero si pretendo hacer notar que todo lo que ha venido en llamarse
perversiones sexuales desde el siglo XIX hacia acá y que ahora se encuentra
clasificado como parafilias en los sucesivos DSMs,
son conductas sexuales ejecutivas sin cópula. Así el sado-masoquismo,
puede ser considerado como un ritual que escenifica la agresión sexual sin llegar
a consumarla. El fetichismo un desplazamiento del objeto sexual hacia una parte
que lo representa simbólicamente. La masturbación, - quizá la forma más
frecuente de sexualidad sin cópula- un ritual destinado a dar cuenta por si
mismo de la necesaria autoestimulación que con
intervención de otro pudiera resultar peligrosa o al menos incompatible con
otras pulsiones puestas en juego en la fantasía inacabable de los seres humanos
y así sucesivamente: el lector deberá incluir las perversiones de las que tenga
noticia para acabar concluyendo que existen personas que optan por vivir una
sexualidad sin cópula que si bien puede parecer como la emergencia de una
conducta aberrante es en realidad una conducta selectiva, sometida a las mismas
leyes causales que cualquier otra y que en mi opinión sólo nos resulta
aberrante a partir de nuestra ignorancia de las leyes naturales y que puede
llegar a ser tan maladaptativa como el sexo marital reglado.
Demaret
llamó a estas conductas "actividades sustitutorias"
y Tinbergen las llamó "conducta reorientada". Se trata de actividades
sustitutivas de la cópula que pueden darse en los animales del mismo modo que
en el hombre. Se ha señalado a la onicofagia, la tricotilomanía y la
masturbación como actividades sustitutivas que aparecen siempre que dos
pulsiones instintivas aparecen simultáneamente con el resultado de inhibirse
mutuamente, como por ejemplo sucede entre la pulsión de huir y la pulsión de
luchar o la pulsión sexual y la de fuga. Es entonces en este contexto de duda
entre hacer una cosa u otra cuando suele darse la actividad sustitutiva que en
el hombre aprovecha programas genéticos arcaicos sobre los que se desarrolla la
pulsión concreta. Agarrarse o aferrarse es el programa genético que soportaría
la masturbación , como el grooming o
despiojamiento sería el soporte de la onicofagia. Con todo para desarrollar
este tipo de conductas se han señalado además de la confusión o la duda, la subestimulación o las situaciones de cautividad que son las
condiciones donde este tipo de conductas se han estudiado con más detenimiento
sobre todo en los simios.
Asimismo
Stevens y Price (2000) han
señalado que el sadomasoquismo puede explicarse mediante la fusión de dos
programas genéticos (Stevens –jungiano-
les llama arquetipos) distintos como el rango y el reproductivo, una
yuxtaposición que podemos encontrar también en la pedofilia
(Eibl-Eibesfeldt, 1990).
Algunas personas sólo pueden excitarse a través de relaciones de dominancia o
sumisión o mediante rituales que escenifiquen una puesta en escena de suspense.
El miedo puede operar como una fuente de arousal, como parece demostrar el
interés por las películas de terror, así como la fantasía inacabable de los
humanos puede suponer una síntesis emocional o condensador cognitivo para dar
cuenta de señales diversas procedentes de distintas agencias instintivas que
puedan inhibirse entre sí, como sucede frecuentemente en los animales en
cautividad o sometidos a infra o sobreestimulación.
El
fundamento nuclear de que algunas personas elijan estas actividades
preferentemente en lugar de otras es que la copula, en realidad el sexo es una
pulsión autónoma que sin embargo se presenta siempre acompañada de otras
pulsiones como la agresión, el miedo y sus derivados culturales o arcaicos: la
fascinación (la duda entre huir o entregarse) y la reacción de fuga (para
acabar siendo alcanzada por el perseguidor). La cópula está pues teñida de
otros aspectos instintivos distintos a la propia intencionalidad de
reproducirse al menos en el hombre, no puede extrañarnos pues que la copula de
miedo, repugnancia o resulte agresiva o humillante y más allá de eso que la
confrontación con individuos del sexo opuesto se halla teñida de temor, por no
hablar de las prohibiciones culturales o religiosas que se han adherido a la
sexualidad desde tiempos remotos y que le han añadido inevitablemente un tinte
de transgresión contra lo sagrado, complicando un sencillo análisis evolutivo
Por eso existen pues las parafilias, que son más
frecuentes en el sexo masculino y tienen que ver con sus programas
reproductivos cuando resultan inhibidos por otras pulsiones interpuestas, en
realidad rituales que tratan de exorcizar el miedo a la cópula, bordeándola
desde fuera. Así en el sado-masoquismo, una amenaza
proyectada, es mediante un comportamiento ritualizado cuyo propósito es
profundizar en la asimetría entre la pareja y exorcizar el miedo o en el
fetichismo donde el objeto sexual es desplazado por representación hacia una
parte cualquiera, a un objeto neutral relacionado por vecindad que logra cosificar la relación y por tanto convirtiéndola en algo
inerte.
Y
es natural que así sea. La agresión y la sexualidad se encuentran emparentadas
en el coito, por razones de la propia mecánica sexual y de los rituales que la
preceden y además por razones filosóficas profundas que no me comprometo a
nombrar de una forma exhaustiva.
La
sexualidad puede - subjetivamente - ser sentida como una pérdida, no sólo del
propio genoma sino del deseo de inmortalidad que acompaña al individuo de
principio a fin de su vida. La reproducción sexual se basa en una pérdida la
mitad del genoma, que desaparece con la recombinación, a diferencia de las
células asexuales como las cancerosas o las esporas que son inmortales. Por
esta razón sexo y muerte se encuentran emparentados metafísicamente, además de
que el lector hallará en otros artículos, sobre todo en aquel que examina la
agresión las razones por las que la selección natural ha desarrollado
paralelamente la agresión en compañía de la sexualidad, como un mecanismo más
de adaptación al medio.
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