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miércoles, 17 de octubre de 2012

La Agresión Sexual:Un enfoque evolutivo


LA AGRESIÓN SEXUAL: UN ENFOQUE EVOLUTIVO
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Los lectores que estén casados sabrán por propia experiencia que el matrimonio o la pareja estable con fines reproductivos y  que cualquier forma de convivencia se basa en un continuo equilibrio de fuerzas, en un "toma y daca" constantes que procede de los celos, de las dificultades económicas, de los desacuerdos con el dinero, del orden y la frecuencia con que visitamos a nuestros familiares, etc. Que cualquier aspecto de la convivencia ha de ser pactado una y otra vez hasta llegar a un punto muerto, desde donde es de prever una próxima desavenencia que seguramente dará lugar a un nuevo escenario de negociaciones. Podemos concluir que una relación a largo plazo necesita ser constantemente renegociada y que se establece sobre un permanente forcejeo donde cada miembro trata de librarse en lo posible de las cargas que el otro miembro arroja sobre sus espaldas, mientras trata a su vez de imponer al otro las tareas o cargas que rechaza llevar. Es lo normal y lo previsible desde el punto de vista genético, al fin y al cabo con mi pareja no tengo ningún gen en común, tan sólo compartimos los genes de nuestros hijos, un argumento demasiado débil para ese tanto por ciento cada vez más elevado de parejas que se rompen.
Si es usted divorciado o separado sabrá que una de las razones (aparte de calamidades más serias) por las que se divorció o separó fue seguramente su intolerancia a ese continuo "toma y daca" que es la convivencia en común al margen de las racionalizaciones que cada uno encuentre para salvaguardar su autoestima.
Al margen de concepciones más o menos ideales acerca de la pareja humana lo que es verdad es que existe un intenso antagonismo entre los sexos, un antagonismo que nace de la profunda asimetría de las cargas que nuestra especie ha heredado de sus ancestros los mamíferos y en un orden más profundo de los vertebrados
Ya he nombrado en otro lugar la profunda asimetría creada a partir de la gestación vivípara, las cargas de nursing, la existencia de mamas que entorpecen la carrera por nombrar sólo algunos de los hándicaps de las hembras de nuestra especie y de las que nos precedieron. Los machos también tienen penalizaciones evolutivas, aunque menos reconocidas, no dejan de representar una carga adicional: la rivalidad casi continua con los otros machos, la incertidumbre de la supervivencia de sus propios genes en sus hijos, y el vinculo atávico que el rango social representa para el macho, una especie de seguro reproductivo. De manera que cada sexo tiene sus penalizaciones derivadas de la deriva filogenética, pero lo peor es que somos muy poco conscientes de la sobrecarga que lleva el otro sexo, y es natural porque la sobrecarga que lleva el otro es un alivio para nuestras propias espaldas tanto en un sentido como en otro, no dejamos de ser maquinas egoístas y no estamos dispuestos a ceder. Ceder sería seguramente aliviar al otro llevando su carga a nuestras espaldas.
Dice un conocido chiste que copular es un invento de los machos y hacer el amor un invento de las mujeres y de los tacaños para no pagar. Efectivamente el vínculo fue seguramente una mutación en el cromosoma X y transmitido por tanto por la mujer, pero hacer el amor supone un precio adicional para el macho que tiene que tomar a su cargo a la hembra elegida y a la progenie. El vinculo profundo que representa el amor entre parejas favorecía de un modo intenso a la mujer, no necesito explicar al lector como sería la vida de las mujeres viviendo en una horda y a merced de los apetitos de los machos dominantes y cuan desvalidas se encontrarían en sus labores de nursing.
La pareja monógama representó sin duda un hito para compartir las tareas derivadas de una crianza cada vez más difícil de crías muy mal diseñadas para su autoconservación. Ya he hablado de cómo la especialización, no sólo en las tareas sino en la alimentación pudieron suponer virajes profundos en la dirección de la selección genética promoviendo la cooperación, la fidelidad, la confianza y si se quiere el amor. Al mismo tiempo hay que señalar que la intensidad del vínculo afectivo depende sobre todo del tiempo necesario para conseguir la autonomía de las crías, que en nuestra especie es definitivamente largo.
Es imposible beneficiar a un sexo sin penalizar simétricamente al otro. He hablado en otro lugar de cómo la simetría es un estado ideal, geométrico que no existe en la naturaleza, en cuanto la evolución encuentra dos cosas iguales o casi iguales, inmediatamente tiende a buscar especializaciones entre ellas, eso sucedió probablemente con los gametos y también con los hemisferios cerebrales, desde la casi simetría se evoluciona hacia la asimetría. Y eso precisamente puede estar sucediendo hoy entre las relaciones de pareja. Se ha roto un equilibrio que hasta hace poco dejaba a las mujeres en una posición socialmente subordinada como sucede en los papiones para dejar al hombre en el otro polo del desequilibrio como les sucede a los lagartos.
La agresión de los machos hacia las hembras - me refiero a la agresión con resultado mortal- es efectivamente muy rara en la naturaleza,  sería letal para una comunidad atacar sistemáticamente a las hembras que son las que en definitiva ponen los huevos, todas las especies y con más razón entre las más agresivas disponen de mecanismos inhibitorios de la agresividad que incluyen también a la agresión sexual, mecanismos que son tanto más perfectos cuanto mayor sea el desequilibrio de fuerzas (dimorfismo) entre macho y hembra. Determinados machos podrían aplastar, cornear o devorar a una hembra durante el coito o durante los prolegómenos, (como en determinados insectos sucede lo contrario) si no lo hacen es precisamente porque han desarrollado una inhibición paralela a su potencial efecto letal que se activa con las consabidas maniobras de sumisión. Siempre me he preguntado por qué se dice "llevar cuernos" cuando un hombre o una mujer son engañados por sus parejas; hablando etológicamente el resultado que tendría para el hombre tener cuernos es hacerse más manso, es decir desarrollar una mayor inhibición de su agresividad, una inhibición natural, no una simple represión de la misma dado que la evolución de los cuernos hubiera corrido paralela a la evolución de su agresión que hubiera dado como resultado un equilibrio entre ambas.
Si está usted ahora pensando en el toro de lidia diré que este animal está hecho mediante técnicas transgénicas, tratando de aprovechar en todo momento su acometividad. Me refiero a todos los animales que llevan cuernos como los ciervos por ejemplo y que utilizan sus defensas en sus combates ritualizados para enroscarse con el rival y sus respectivas cornamentas en un juego que no termina nunca con cornada, dado que el ciervo ha desarrollado paralelamente una inhibición selectiva. No estoy seguro que el toro de lidia sea tan caballeroso.
  
Otro mecanismo habitual es que la agresión puede derivarse hacia otros lugares - o desplazarse como dicen los psicoanalistas - donde sus efectos sean menos notables, me refiero a la agresión entre machos o a la agresión extraespecifica, de cualquier manera los machos - son desde el punto de vista evolutivo- superfluos.
Uno de los problemas de las parejas humanas opulentas es que nos hemos quedado sin depredadores naturales, entre otras cosas porque nos hemos encargado de hacerlos desaparecer a todos. Y no lo digo en broma. El viejo mecanismo de transformación de la agresión sexual en agresión extrasexual parece haberse debilitado en nuestra especie, como casi todas las inhibiciones parecen haberse transformado en prescripciones sociales, si atendemos a los casi diarias noticias sobre agresiones en el hogar con resultado de muerte.
Una de las razones de este debilitamiento es que ya no existen depredadores específicos de nuestra especie que puedan ritualizar la defensa común del territorio que es al parecer uno de los mecanismos que hacen de las parejas de pececillos de Lorenz una parejas fieles y eternos compañeros, la reorientación de la agresión (Tinbergen 1969) o su desplazamiento es uno de los rituales que amortiguan la agresión sexual. Lo curioso de estos peces del género cíclidos, es que tanto la agresión territorial de defensa que es compartida por ambos sexos, como la agresión extraspecífica trae como resultado la indestructibilidad del vínculo de la pareja, pero no crean que el cortejo fue fácil, ella invirtió muchas horas en seducir al aguerrido pececillo macho de colores, siempre entrando en su campo visual de costado y huyendo como marcan los cánones de la buena seducción antes de que el macho le diera un viaje o un buen mordisco. Poco a poco la hembra mediante técnicas depuradas de buena y sumisa seductora va propiciando la desactivación de su agresividad, hasta que llega un día en que estas maniobras de sumisión van dando lugar a una especie de "desafío" de igual a  igual en el centro del territorio del macho. Entonces lo que sucede es algo extraordinario: el macho se apresta al ataque ante tamaña osadía, pero en el último momento, cuando ya se masca la tragedia, el macho desvía su agresión hacia cualquier pececillo de los alrededores. Es entonces cuando la hembra decide poner sus huevos en el suelo o al abrigo de un costado del acuario, el macho los fecunda en el agua y ambos se convierten en una pareja feliz, que defenderá su territorio de por vida, se convierten desde entonces en inseparables. Lorenz interpreta que el cambio de planes del macho se debe al miedo hacia la hembra (en realidad la confusión entre atacar o huir), siempre que la hembra haya logrado mediante su lidia continua haber previamente desactivado cierta dosis de agresión. O dicho de otra manera: en las especies donde la agresión no puede desactivarse del todo tras la copula (es incluso más necesaria que antes) o bien porque se trata de especies muy agresivas, la estrategia de la hembra es una conducta de sumisión que poco a poco va convirtiéndose en desafío a medida que el macho va habituándose a la presencia de una compañera. A medida que la hembra gana la confianza del macho aquel va aceptando su presencia, hasta que en una suprema y heroica confrontación precopulatoria el macho decide desfogarse con otros congéneres y emparejarse definitivamente con la hembra.
Lo realmente curioso de la viñeta anterior es que macho y hembra no se reconocen entre sí, es decir carecen de mecanismos para identificar el sexo de su congénere. Todo parece indicar que en las especies donde la identificación sexual es imposible visualmente es a través del ritual como el macho reconocerá a la hembra y también explica la ambigüedad misma del ritual que es similar tanto con una hembra o un competidor, dado que para el macho cualquier congénere es sobre todo un intruso. Sólo termina por entender que la hembra es una hembra a partir de su ceremonia de sumisión, dicho de otra manera el macho sólo se emparejará con alguien que se le someta y la hembra sólo aceptará a alguien que la haga sentir sometida.
El miedo parece formar parte de los ingredientes de este fenómeno que Lorenz en otras especies - como los gansos-  ha descrito perfectamente estableciendo una serie de leyes generales acerca de la agresión en relación con la cópula y la formación de parejas bien amorosas o bien de entramados de amistad que se mantienen vivos durante mucho tiempo a pesar de las circunstancias. El miedo parece comportarse como un relé, que tiene una serie de valores críticos. Es mayor entre dos individuos que no se conocen, intermedio en los recién conocidos y menor en los individuos que ya se han hecho vecinos o conocidos. Es el miedo el que induce al ataque, y el miedo el que desactiva el ataque, resultando un desastre cuando desaparece del todo, al menos en las especies muy agresivas como los gansos y los pececillos del coral.
Mecanismos de activación-desactivación de la agresión en la naturaleza
Activación
Desactivación
Colorido
Decoloración
Desafío
Sumisión
Adquirir mayor tamaño
Empequeñecerse
Exhuberancia
Esconder la cresta
Conducta de adulto
Conducta infantil
Mantener la mirada
Mostrar las nalgas
 
Como puede observarse en la tabla cada especie tiene mecanismos específicos de activación y desactivación de la agresión que a veces son sexualmente ambiguos, es decir determinadas señalizaciones pueden significar tanto un desafío copulatorio como una conducta de rendición
 
Esta bella historia de amor tiene un corolario un poco más siniestro si modificamos las condiciones del acuario y dejamos a la pareja a solas. ¿Pueden imaginar qué sucederá?. Si, un caso más de violencia doméstica, esta vez en el acuario.
Una de las consecuencias de la falta de enemigos naturales contra los que aliarse en pareja, es que en los humanos la selección parece haberse establecido alrededor de la agresión intraespecifica. Nuestros enemigos son nuestros iguales, nuestro prójimo. "Homo lupus homini", es muy cierto tal y como decía Rousseau, no sólo porque el hombre es un depredador del hombre sino porque nos ocupamos sin descanso de eliminar a los lobos que hoy ya no representan para nuestra especie ninguna amenaza seria.
Hoy son, paradójicamente, las guerras la única situación que propicia la solidaridad y el sentimiento de estar compartiendo una experiencia, un destino común, fuera de ellas nadie siente a su prójimo como un aliado sino como un enemigo, una estrategia la de las guerras que las ratas mantienen constantemente y que en ellas representa una reorientación de la agresión entre los miembros de un determinado clan, existe la sospecha de que los humanos utilizamos este mismo mecanismo de guerrear contra nuestros vecinos cuando necesitamos aumentar la cohesión de una determinada comunidad.
La agresión desde luego no es tan necesaria en el hogar opulento como en el nido, a pesar de ello la agresión sexual, los crímenes domésticos o pasionales y las agresiones sexuales son tan frecuentes en nuestro mundo civilizado que uno llega a preguntarse qué especie de lógica es posible aplicar para explicar este fenómeno. Respecto a eso sabemos algunas cosas:
La agresión sexual es una excepción en la naturaleza pero es muy frecuente en nuestra especie, la explicación de este fenómeno desde el punto de vista evolutivo es compleja, por una parte se ha señalado (Thornhill & Palmer, 2000) que la violación y la supervivencia de esta estrategia en nuestra especie actual se debe a que los hombres que adoptan esta conducta deben encontrar alguna ventaja en la misma, en el sentido de una mayor supervivencia de sus genes. Personalmente no creo en esta teoría, por la razón siguiente. La violación sólo puede definirse en la especie humana, dado que en el resto de las especies no existe una pulsión sexual disociada de la reproducción, las hembras son inaccesibles fuera del estro y cuando lo son no hay manera de definir claramente lo que es de lo que no es violación, ya he dicho que no hay sexo sin agresión.
Lorenz ha descrito en los gansos una conducta de violación que sucede cuando dos gansos forman una coalición de amistad: una coalición que desde el punto de vista territorial es muy potente, superior a la de cualquier pareja heterosexual. Este entramado de amistad llega a parecerse en casi todo a una unión homosexual, hasta que una hembra hace su aparición en escena y uno de los gansos "la viola", pasando poco después a formar parte de esa extraña coalición à trois. Lorenz interpretó este triángulo como una reorientación sexual de la pareja de "gansos homosexuales" incapaces de copular entre ellos, pero también puede ser interpretado como una forma de poliandria. Seguramente esta coalición à trois representa muchas ventajas para la hembra elegida ¿podemos entonces hablar de violación?
Si en la especie humana la violación fuera una estrategia copulatoria evolutivamente estable en el sentido de Trivers sería la regla y no la excepción, dado que los machos podrían así eludir el pago o el costo de sus cópulas, por no hablar de sus compromisos de nursing. Además podría haberse inventado inmediatamente una contraestrategia evolutiva que sería incluso mejor: las hembras podrían dejarse violar, con lo que los genes de los violadores se extinguirían a favor de las hembras "que quieren ser violadas". Ninguna de las dos cosas ha sucedido, y aunque las fantasías de violación son constantes en las hembras humanas, no resulta así en sus conductas prácticas de donde puede deducirse que violar hembras no es una estrategia evolutivamente estable, lo mismo sucede con el canibalismo que es una estrategia alimentaria prácticamente extinguida.
El problema a mi juicio depende de la misma definición de la palabra violación, que supone una conducta copulatoria forzada contra la voluntad de la hembra, una definición más cercana al mundo jurídico que al biológico. ¿Qué podría significar en el paleolítico cuando aun no existía el derecho a la libertad sexual, copular contra la voluntad de la hembra? No me es posible imaginar qué sentido tendría en el paleolítico este constructo; en medio de una horda primigenia la conducta que hoy llamamos violación. Lo que quiero decir es que en aquella época casi todos los coitos podrían ser considerados así observados con los ojos del hombre de hoy, en tanto que las relaciones sexuales están y con más razón debieron estar casi siempre presididas por las relaciones de rango y dominancia. Es muy poco probable que los machos pidieran permiso a las hembras para copular y es también dudoso que estas se sintieran forzadas en un mundo donde otras amenazas y carencias estaban en primer plano y donde el coito  debió ser el pago con que las hembras subordinadas compensaban sus aportes alimentarios, el cobijo y la protección de sí mismas o sus crías. Si el sexo forzado acabó evolucionando hacia el sexo consensuado e incluso hacia la monogamia es porque aquella estrategia no era lo suficientemente buena y podía mejorarse.
La fusión entre ambos programas - dominancia y reproducción - con la necesaria regresión filogenética es lo que probablemente sucede en el violador actual, aunque es necesario contemplar otras circunstancias.
Entre los agresores sexuales se ha señalado (Malamuth 1996), la deprivación sexual como un factor causal de la agresión. Los hombres prefieren mayoritariamente las relaciones sexuales a corto plazo y es precisamente en ese terreno donde tienen problemas de agresión con sus parejas quizá debido a que sus estrategias de preferencia (el corto plazo) les lleva a sufrir dificultades periódicas en el acceso sexual, al que las mujeres por lo general no acceden fácilmente. Otros por el contrario no tienen problemas en encontrar parejas eventuales pero si los presentan a la hora de retener a sus parejas que sólo consiguen mediante la intimidación. Todo parece indicar que las estrategias a corto y a largo plazo en la seducción de parejas difieren en relación con el sexo y se trata de un programa genético distinto a la retención de la pareja a largo plazo y que identifica dos grupos distintos de machos maltratadores
 Ambos patrones parecen corresponderse con dos dimensiones de la personalidad entre los hombres: al primero le llamaremos modo indiferenciado, se caracteriza por el énfasis que realizan en su búsqueda de contactos sexuales a fin de mantener su autoestima y la medida de éxito con sus pares, al segundo le llamaremos hostil, combina inseguridad, hipersensibilidad y un placer en dominar sobre todo a las mujeres. Los dos modelos, sobre todo el segundo tienden a acumular decepciones y una historia de rechazos por parte de las mujeres en el corto plazo. Los hombres que acumulan este tipo de percepciones de humillaciones y manipulaciones en su historia relacional con mujeres tienen mas riesgo de resultar agresivos con ellas dado que han llegado a inhibir la empatía y la simpatía necesarias que son los afectos que inhiben la agresión en el ser humano.
Al margen de la teoría de la deprivación, se ha intentado explicar la agresión sexual desde la teoría del rango (Price 1967) Para reproducirse el hombre tiene que competir con otros machos para ganarse el derecho al sexo. ¿Es posible entender que los violadores sean precisamente los perdedores en esta competencia entre machos?. En mi opinión es muy posible especular que son aquellos que han caído en lo más bajo de la jerarquía social a través de su incompetencia con otros machos, los que reorientan su agresión intrasexual hacia los más débiles sean hembras o niños. Se ha especulado (Eibl-Eibesfeldt, 1990) que también en la pedofilia y en ciertas practicas sadomasoquistas lo que se persigue es la fusión entre los programas de rango y sexualidad tratando de recuperar con las víctimas lo que se perdió en la competencia con otros machos a partir del arousal o excitación que procede de las relaciones de rango, superioridad o autoridad
En este sentido, pues, la agresión sexual sería el resultado de una reorientación de la agresión, en un sentido menos social y caballeroso que los pececillos de Lorenz, en un sentido más humano y deshumanizado: una agresión que va del macho a la hembra, del fuerte al débil, del poderoso al necesitado.
A menudo nos olvidamos de que la sexualidad humana sea reproductiva o no, está presidida por una serie de rituales reptilianos relacionados con el rango y la jerarquía, quizá las sociedades civilizadas hayan blanqueado de tan forma las reglas del juego que las hagan irreconocibles para determinados individuos que no saben a qué atenerse con respecto al acceso a las hembras, confundidos de tal manera determinadas personas pueden hacer regresiones a situaciones filogenéticas donde el sexo sólo puede ser entendido como algo forzado. Este tipo de confusión y  frecuentes desencuentros se deben a dos factores: el primero es que el número de mujeres disponibles en el corto plazo es sensiblemente menor que el de varones  por lo que las oportunidades de tener éxito es mayor para las mujeres, el segundo argumento es que se producen interferencias entre las estrategias de los hombres y las mujeres, según busquen parejas para el corto o el largo plazo, significa que la estrategia del uno interfiere en la estrategia del otro, y da como resultado una decepción, humillación y el consiguiente rencor (Buss 1999)
El acceso a las hembras en nuestras sociedades opulentas parece estar presidido por una serie de reglas secretas que casi todo el mundo respeta y conoce intuitivamente aunque casi todo el mundo niega u oculta. Buss las agrupó en 1994 a partir de un análisis transcultural de las preferencias en la elección de pareja:
1.- Las hembras humanas resultan atraídas por el estatus social de los hombres (con alguna divergencia entre si el flirt es a corto plazo o a largo plazo (Buss 1988) y la superior edad  (Grammer 1995). Estas preferencias no tienen relevancia en la elección sexual de pareja de los hombres
2.- Los hombres buscan relaciones con parejas anónimas, desconocidas mientras que las hembras entienden que los machos desconocidos son una amenaza en el corto plazo (Lewis et alt 1995) .Tanto en el corto como en el largo plazo los hombres buscan mujeres jóvenes y sumisas (citado por Mc Guire y Troisi, op cit)
3.- Las mujeres hacen continuamente balance entre su tarea reproductiva y sus labores de nursing cuando eligen pareja con independencia de que hoy la reproducción sea electiva, la elección de la mujer viene dictada por la presión evolutiva de sus programas genéticos y por tanto su elección de pareja viene determinada a partir de esa presión selectiva. El número disponible de mujeres que buscan relaciones sexuales a corto plazo es sensiblemente menor que el de los hombres. Si a eso añadimos que los hombres de mayor rango acaparan dos o más mujeres, significa que existen muchos hombres que no consiguen mantener relaciones a corto plazo con ninguna mujer.
4.- El hombre, tiene que disponer de un cierto “patrimonio” para hacer frente al pago o costo que la mujer le exigirá antes de confirmarle como pareja o acceder al coito con él. Hacer regalos, proporcionar comida, la destreza en construir nidos o excavar una buena madriguera son las demostraciones que los machos, en toda la escala animal deben de acometer antes de ganarse el derecho a reproducirse.
Todas estas reglas enunciadas pueden resumirse, en nuestra especie a una regla fundamental: sólo la mujer sabe cuando o a qué precio cederá (Bataille, 2000). El hombre no puede hacer nada sino competir con el resto de los machos acumulando bienes, destrezas, habilidades de seducción que muy a menudo son engaños, o rango social que por si mismo resulte un buen reclamo para las mujeres, y eso es lo que hacen , la mayoría de ellos con mayor o menor éxito y criterio.
Otros, más confusos optan por el recurso de la dominancia y es ahí precisamente donde se encuentran la gran mayoría de agresores sexuales, tanto en el corto como en el largo plazo, aunque existen dos motivaciones bien diferentes. El agresor sexual a corto plazo, aquel que tiene problemas para seducir a una pareja sexual opera por rencor, mientras que el agresor a largo plazo, es decir aquel que tiene problemas para retener a su pareja lo hace por celos. El recurso a la intimidación que podemos contemplar en las relaciones de rivalidad agonística entre machos es precisamente el recurso que algunas personas utilizan para el control de la conducta de sus esposas o parejas sexuales. Este patrón que ha sido señalado repetidamente por distintos autores da cuenta de la universalidad de este tipo de reacción aventurándose (Wilson y Daly 1982) a especular que es precisamente la incertidumbre del macho respecto a su progenie la causa última, en el largo plazo, de este desesperado intento por controlar la conducta del partenaire, así como la causa de los celos que según los autores señalados son los responsables de la mayor parte de las agresiones sexuales en parejas institucionalizadas, una amenaza que es posible predecir a partir de ciertos parámetros culturales como son: la edad de la mujer, el índice de divorcios o el grado de independencia de la mujer.
Aparte de la ausencia de depredadores nuestra especie se encuentra con otro problema adicional y es que los rituales - programas genéticos- que gobiernan nuestras relaciones con los demás se han visto sometidos a cambios culturales que han terminado por dejar el escenario de nuestras posibilidades con respecto a la agresión más vacío que la nevera de un soltero, ya he hablado de la posible reorientación que afecta a la agresión intrasexual entre machos en dirección hacia las hembras.
En ausencia de esos rituales inhibidores que podrían socializar la agresión individual el hombre no puede sino manejarla con sus propios medios intrapsíquicos, puede reprimirla, desplazarla o transformarla en categorías opuestas o, si todo fracasa efectuar regresiones puntuales, es decir retrotraerse a escenarios filogenéticos más antiguos, a fin de evacuar su agresión, bien proceda del miedo, del odio o como es más frecuente en el hombre moderno de la desesperación, una forma de agresión que procede de la confusión y la perplejidad, de no saber cuales son las reglas que gobiernan el acceso a las mujeres.
Para citar este articulo:

Francisco Traver Torras (2003) emailme


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